X
PERIODISMO >

Adiós al gran cronista de Tenerife

   

SANTIAGO TOSTE | Santa Cruz de Tenerife

Una singular forma de entender el periodismo; el de bolígrafo y libreta, el de recorrer sin desmayo las calles en busca de una crónica de urgencia y, sobre todo, el que era fruto de una profunda curiosidad, siempre atenta a las “pequeñas noticias” que marcaban el acontecer de los ciudadanos. Así definía a DIARIO DE AVISOS el periodista Carmelo Rivero la obra y la personalidad de Gilberto Alemán de Armas (San Cristóbal de La Laguna, 25 de abril de 1931), quien falleció en la noche del lunes tras una larga enfermedad.

“Con el se nos va la última vaca sagrada de una generación histórica del periodismo en el Archipiélago -subrayó Rivero-, la misma de la que formaron parte gente como Víctor Zurita o Alfonso García-Ramos”. “Gilberto fue uno de esos tótems -subrayó-, en una tierra y una época donde en la prensa se hacía un periodismo de la inmediatez, un espacio que hoy han ocupado la radio, Internet, Twitter o las redes sociales”.

Director del DIARIO

Premio Canarias de Comunicación (1995), Hijo Adoptivo de Santa Cruz de Tenerife (1998), Teide de Oro de Radio Club (2009), Gilberto Alemán llegó a dirigir DIARIO DE AVISOS de 1973 a 1975, coincidiendo con el traslado del decano de la prensa desde Santa Cruz de La Palma a la capital tinerfeña. En los últimos años colaboró asimismo con este diario, poniéndole el texto a sus célebres Imágenes con firma. Pero de su buen hacer, de su empeño por “contar a la gente lo que le pasa a la gente”, que diría Scalfari, también dan muestra su paso por El Día (1957-1969 y 1976-1978), la Hoja del Lunes (1960-1979), la revista universitaria Nosotros (1958) o La Tarde (1980-1982).

En Venezuela, hasta donde se vio forzado a emigrar por una forma de entender la vida desde la libertad, dirigió el semanario 7 Islas. En 1980 creó SID, la primera agencia de noticias canaria. Un año más tarde dirigiría el semanario Archipiélago.

Este amante de las letras deja una obra integrada por más de 100 libros y 10.000 artículos

De igual modo, no fue ajeno al periodismo hecho desde las instituciones, pues cabe mencionar que de 1986 a 1988 estuvo al frente del gabinete de prensa del Parlamento de Canarias. La Opinión de Tenerife, Televisión Española en Canarias, Radio Popular, La Voz del Valle, Radio Cadena Española, Radio Nacional de España y, casi hasta el último momento, Radio Club Tenerife, fueron asimismo espacios donde Gilberto Alemán pudo dar salida a su afán de periodista, de escritor, de comunicador. “Aparte de su enorme curiosidad por todo lo que ocurría a su alrededor -explicaba ayer Carmelo Rivero-, Gilberto también sobresalió por su estilo, cercano en muchos aspectos al Nuevo Periodismo norteamericano, que le permitía novelar la realidad para despertar así el interés de sus lectores”. “Gilberto Alemán se ha ido -añadió-, pero nos ha dejado sus libros (más de un centenar de obras, más de diez mil artículos) y sus crónicas, que van más allá del periodismo para entrar de lleno en la literatura, y es que Gilberto Alemán era un magnífico narrador de lo cotidiano”.

“Gilberto Alemán no es sólo una referencia del periodismo canario -indicaba ayer José Antonio Pardellas-; era un hombre que cultivaba muchas facetas, y entre ellas destacó como historiador, como escritor de los avatares por los que ha pasado esta Isla. Fue un gran cronista y un político activo, que incluso tuvo que exiliarse porque nunca quiso ceder ni dejar de decir lo que pensaba ante los que, en un tiempo, le exigieron que callase”.

Gilberto Alemán, en una fotografía tomada en 1982, es uno de los grandes cronistas de la historia del Archipiélago. / DA

Docencia y política

Actor y dramaturgo, maestro de escuela en La Laguna y en La Palma, en los años 50 Gilberto Alemán se trasladó a Madrid para estudiar en la Escuela Oficial de Periodismo. También fue uno de los artífices del nacimiento de la Asociación de Amigos de la Naturaleza (ATAN), y su vocación política le llevaría a ser en dos oportunidades concejal del Ayuntamiento de Santa Cruz, en 1979 con Unión del Pueblo Canario, y dos décadas más tarde, con Coalición Canaria.

Homenaje del gremio

Hace ahora tres años, y a propuesta de la Asociación de la Prensa de Santa Cruz de Tenerife (APT), la Federación de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE) le rindió homenaje por sus cinco décadas dedicadas al oficio. Precisamente, la APT fue ayer una de las muchas entidades y personas que quiso sumarse al dolor por el fallecimiento de Gilberto Alemán.

De igual modo, el Gobierno de Canarias manifestó su pesar, y trasladó “a su familia, amigos y a toda la profesión periodística, su más sentido pesar y afecto, haciendo público el reconocimiento a su dilatada trayectoria y a su compromiso social con las Islas Canarias y por su defensa de las libertades y la democracia en España”.
La capilla ardiente de Gilberto Alemán está instalada en el tanatorio del cementerio de Santa Lastenia, en la capital tinerfeña, donde hoy, a partir de las 11.00 horas, tendrá lugar su sepelio.

[apunte]Gilberto Alemán, que estás en San Borondón, por Carmelo Rivero

Si Gilberto Alemán hubiera sabido que se iba a morir el Día de Canarias, habría sonreído de satisfacción. Le gustaban las fechas redondas, el 14 de abril por la República, y supongo que el 30 de mayo le habría parecido una estupenda ironía de la historia, tratándose de un nacionalista que no tenía pleito en el pico. En su última escala en el hospital, le quedaba apenas un hilo de voz. “¿Sabes?, estoy a punto de cumplir los 80”. Y los celebró poco después como un drago con vocación centenaria. Ahora sospecho que le hacía ilusión llevarse esa edad consigo, como siempre quiso pasar del centenar de libros publicados. El último, sobre sus elfos de Anaga, lo presentamos juntos en CajaCanarias como cuando hacíamos periodismo los tres, Martín, él y yo, en la revista ‘Archipiélago canario’, o en su agencia de prensa independiente SID, o en las postrimerías de ‘La Tarde’, cuando se propuso reflotar el viejo catamarán donde yo había empezado a colaborar a los 12 años a las órdenes de don Víctor Zurita.

Claro que éramos, somos, seremos una panda de nostálgicos sin remedio. Con decir que Gilberto me brindó durante años las mejores horas confidenciales que he pasado con un amigo. Me sentaba a su mesa del Montecarlo al mediodía, tras la tertulia en ‘Tajaraste’, en Radio Club, y me hablaba de lo humano y lo divino: recordaba mucho a su padre Ventura, detenido y torturado con aceite de ricino, del día que lo vio tomando café con uno de sus delatores y aprendió una lección casi imposible de tolerancia. De su madre Luisa arrullándolo con un pie en la cuna y leyendo a “un tal Unamuno”. Del callejón de Briones, en La Laguna, donde Manolo y Pisaflores, dos barrenderos “moros”, le limpiaban las boñigas al ganado. De su amigo Manuel Hermoso, que le dio la alternativa en la política municipal, siendo él independentista, y el alcalde, de UCD. Me hablaba de Iris, su mujer, la concertista, hija de Álvaro Fariña y sobrina de Óscar Domínguez, familia artística y versada como su saga de los ‘Alemanes’. De sus hijas y de sus nietos, no saben ellos cómo los quería. De cuando fundó ATAN con Wolfredo Wildpret hace cuarenta años, y de cuando puso nombre a un volcán, el Teneguía, porque nadie sabía cómo llamarlo.

Era maestro y lo mandaron a enseñar a la escuela de El Tablado. Siete horas de camino pedregoso, un arriero y los libros a lomos del mulo. La Palma era un mundo. Cuando llegó, fue a la venta de Marcelino. Estaba llena y se sentó en el chaplón. De pronto, un hombre se abalanzó contra otro con un cuchillo. “¡Te voy a matar!”. Gilberto se quedó blanco como la pared y todos se echaron a reír en su cara. Habían conseguido asustar al maestrito recién llegado.

Durante años mirábamos al mar desde allí, con sus ojos de Morgan Freeman, en su escaño del café Montecarlo, en la Avenida de Anaga, delante de un qüisqui, que él llamaba ‘manzanilla’, y con el cigarrillo en la mano que por poco lo mata antes de tiempo. Hubo una época en que frecuentábamos de noche la casa que tenía en la calle Sabino Berthelot, y luego supimos que era vigilada por la policía. Corrían los años más turbulentos de la política canaria, cuando la transición daba paso a la democracia y Cubillo desde Árgel inflamaba las islas con su guerra orsonwelliana de las ondas. A Gilberto lo acorralaron hasta el punto que se exilió. Cuando regresó, partió de cero, y yo le vi las orejas al lobo de este oficio desagradecido, le daban la espalda, era un ‘apestado’ oficial, lo habían expulsado del paraíso. Porque Gilberto fue el enfant terrible por excelencia del periodismo canario en los 60 y 70, un Gay Talese que iba por libre, un raro, un gallo de pelea, cuya fatuidad lo traicionaba al filo de una timidez ególatra que imitaba a la soberbia. Se ganó la vida, entonces, reproduciendo en carpetas fotos antiguas en blanco y negro. Y algunas puertas se le abrían: Paco Padrón lo acogió en Radio Club (donde se despidió con el Teide de Oro en la era de Xuáncar) y volvió a ser Gilberto Alemán, un periodista de mucho cuidado, aquel que yo había conocido en El Día escribiendo como una metralleta las crónicas de la muerte y las revueltas por Javier Fernández Quesada y Bartolomé García Lorenzo, y el que fue llamado a dirigir este periódico, Diario de Avisos, que pasaría a manos de su amigo Leopoldo Fernández. Recuerdo nítidamente esos días. Cuando le dieron el Premio Canarias se le saltaron las lágrimas de la punta de los dedos cansados de aporrear la Olivetti entre mesas con olor a orín, que es a lo que huelen las buenas redacciones de periódicos, como decía Elfidio Alonso Rodríguez. Tenía premios para parar un tren, pero nunca tuvo dinero suficiente.

La FAPE le rindió el homenaje al periodista insurrecto que fue testigo de su tiempo a solas como un D.J.Salinger entre el centeno. Yo lo quise fraternalmente, filialmente, o éramos un par de conmilitones coetáneos por casualidad a los que la vida, siendo de generaciones diferentes, nos había puesto en el mismo camino, contra los mismos molinos. Me consta que tuvo lealtades y desafectos. Paco Pomares le dio alas cuando le concedió una columna diaria y editó sus obras de bolsillo. Miguel Zerolo lo nombró cronista oficial de Santa Cruz. Se ha ido uno de los últimos polemistas (que le pregunten a José Antonio Pardellas, dos discutidores bienavenidos). Se ha ido un poeta, un actor con tablas, que habría podido quedarse en Madrid, donde fregó vasos y platos para estudiar periodismo; se ha ido con viento fresco a ese sitio que los dos buscábamos con la mirada puesta en el muelle desde la cafetería, ese destino soñado para el que redactó, incluso, una Constitución, por si sonaba la flauta y salía a flote. Y, donde ustedes lo ven, resulta que el ‘puñetero’ islote salió y allí es donde él está como un cónsul.[/apunte]

[apunte]Gilberto, Yilber, por José Antonio Pardellas

De las dos maneras le llamaba, tanto ante el micrófono como fuera de él. Nuestros rifirrafes en el Tajaraste de Radio Club Tenerife, primero con Willy García y Carmelo Rivero, y hasta hace bien poco con Puchi Méndez, marcaron un estilo de tertulia que, me consta, era seguido por muchos oyentes que, de alguna manera participaban,enviando mensajes a la emisora, a él o a mí, con textos como lossiguientes “Mañana dale más caña”, “Hoy estuvieron poco peleones”, etc.

Gilberto y yo nunca pactamos lo que íbamos a decir y, además, con él era imposible. Le encantaba salirse del guión, como lo hizo en la vida misma. Era un liberal puro, un independiente. Un estilo, el suyo, sarcástico y amablea la vez. Le encantaba ponerte en apuros para, inmediatamente, dedicarte el elogio más hermoso que podía salir de su sabia arquitectura intelectual, por cierto muy diversa.

Lo conocí antes de conocerlo. Sí, primero lo oía en los momentos históricos de Radio Club al lado de otros grandes como Montserrat Martínez, Manuel Ramos Vela, Álvaro Martín Almadi, Arturo Navarro, Somar, Cayaya, etc. Después ya nos encontramos en el camino del periodismo, primero en RNE (1964) y después en la SER (1994) haciendo radio juntos. Yo aprendiendode él.

Se ha ido mucho más que un maestro. Se ha ido un amigo. Por cierto, no siempre la vida lo trató bien. Y algunos, tampoco.[/apunte]

[apunte]Crónica de un entusiasta, por Juan Cruz

En su desprendimiento, Gilberto Alemán se manifestaba como un escéptico, pues decía que creía en pocas cosas, pero en realidad era un entusiasta.

A lo largo de su vida, que su tierra le agradeció con un merecidísimo premio Canarias de Comunicación, emprendió multitud de tareas, civiles, literarias, dramatúrgicas, periodísticas, y en todas ese hombre desprendido se preocupó de ser él mismo pero para los otros.

Su amor a la tierra, a lo que la tierra era físicamente y a lo que eran las personas de la tierra, quedó plasmado en muchos libros que elaboró con ese afán entusiasta con el que se desprendió del concepto egoísta del tiempo para convertirse en intérprete perpetuo de lo ajeno.

Una de las grandes tareas que hizo como periodista fue acercar el periódico a la calle, cuando esta tarea estaba prohibida o era prohibitiva; las páginas que inventó en El Día, La Calle Actualidad, eran un reflejo de su espíritu civil de raíz republicana.

Y luego, cuando después de idas y venidas a las que lo condujo la vida difícil de entonces, regresó a la isla tomó en sus manos un proyecto en el que de nuevo desplegó su legendario desprendimiento: hacer del palmero Diario de Avisos un diario de ámbito provincial y regional, trasladándolo a Tenerife.

Los que estuvimos cerca de él en la época de El Día, pues en el siguiente proyecto ya no estuvimos juntos, disfrutamos del sentido del humor que asociaba al sentimiento del magisterio, que ejerció con una bondad extrema incluso con sus más díscolos discípulos. Su nombre está asociado, para los jóvenes que trabajamos con él, a un época especialmente feliz del periodismo que se hizo bajo el franquismo; nuestros mayores eran él, Francisco Ayala, Francisco Hernández, Elfidio Alonso, Eliseo Izquierdo, tantos otros, y sobre todo Ernesto Salcedo, cuya compleja personalidad, de una inteligencia verdaderamente especial, periodística y humana, ayudó a montar un tiempo difícilmente repetible en un periodismo que tuviera encima la sombra de la dictadura.

Gilberto superó aquellos tiempos, con algunos de esos legendarios compañeros, con un enorme sentido del humor, y con un patriótico sentido de lo que necesitaban las islas para no acomodarse a la época cenicienta que impuso el régimen.
Despedirle es un mal trago, como cualquier despedida a un amigo y a un maestro; la única compensación es que permite ejercer el deber de gratitud y de justicia para periodistas como él que hicieron hasta lo imposible por hacer de este un oficio digno incluso cuando obligaban a que el periodismo no fuera nada. Un entusiasta, en fin, un gran tipo.[/apunte]

[apunte]Un periodista de calle, por Juan Carlos Mateu

Llegué a Radio Club con apenas 19 años y aterricé en una redacción en la que había un hombre serio, de pelo blanco, que no paraba de teclear ante una vetusta máquina de escribir. Imponía ver a aquel veterano periodista concentrado frente al papel atrapado por la vieja “Olivetti”. Con el paso de los años, y gracias a Carmelo Rivero, tuve la oportunidad de conocer a Gilberto Alemán y la suerte de aprender de su método, de su forma de contar las cosas y de su forma de ver la vida. Recuerdo que llegaba a la Radio a media mañana y antes de meterse en el locutorio para participar en la tertulia de “Tajaraste”, entraba al despacho de Informativos para dar siempre alguna noticia, para trasladar un rumor que había escuchado en la cafetería o para comentar algo que le había dicho el taxista esa mañana. Siempre traía algo de la calle. Nos enseñó que la noticia está en la calle.

A veces parecía no sentarle bien que ya conociéramos una noticia que él se apresuraba a contarnos convencido de que se trataba de una primicia. Entonces, activaba un recurso infalible para recuperar su autoestima: desenfundaba su carpeta descolorida, que siempre llevaba bajo el brazo y nos enseñaba unas cuantas fotografías en blanco y negro: ¿Y tú sabes quién es éste? ¿Conoces esta plaza? ¿Sabes quién vivió en esta casa? Siempre ganaba. Porque tenía un espíritu ganador. El mismo espíritu que empleó hasta encontrar, cuando más lo necesitaba, la puerta que se le abrió para desarrollar su verdadera vocación. Y el mismo con el que combatió su destino, ganándole terreno a un final al que venció, hasta ayer.[/apunte]

[apunte]Gilberto Alemán, animal periodístico, por Salvador García Llanos

Se alegró mucho el día que me vio entrar en Radio Club Tenerife, en los últimos años de la década de los noventa, cuando Juan Carlos González, Xuancar, me dio la oportunidad de conducir ‘Tajaraste’ durante los meses de verano.

“No debió hacer carrera política”, le dijo a otro compañero veterano sin reparar en que le escuchaba, “su vocación radiofónica y su estilo son inconfundibles pero no han podido con su vena política”.

La suya tampoco resistió, por cierto: ejerció como concejal durante dos mandatos en el ayuntamiento de Santa Cruz de Tenerife, lo que le permitió vivir la política municipal desde dentro, donde se cocía, donde aprendió a sufrir rigores presupuestarios e incomprensiones ante decisiones complicadas que no acababa de entender pero que acataba disciplinadamente no sin antes soltar alguna de sus parrafadas inconformistas.

Gilberto, Gilberto Alemán, era un animal periodístico, un redactor de a pie que podía con todo, especie calificada luego de polivalente. Sabíamos de él desde su firma habitual en el periódico El Día: un estilo valiente y distinto en el periodismo de la época.

Escucharle fue siempre aprender de su sabiduría. Una omnisciencia peculiar la suya, basada en una memoria poderosa y fértil.

Suya era la frase: “¡Empezó esa ranilla a parir periodistas!”. La dijo en una de sus frecuentes visitas a Radio Popular de Tenerife, donde encontró un generoso apoyo en su director, José Siverio, para poner en marcha una agencia de noticias tras la aventura venezolana. El mismo las llevaba en mano redactadas en cuartillas. La exclamación fue a propósito de la coincidencia de varios oriundos del Puerto de la Cruz en tareas de comunicación, cuando todavía el periodismo se hacía con papel y bolígrafo o una conexión artesanal desde de una cabina telefónica. Desde Juan Cruz, la lista, en efecto, se hace larga. Un parto múltiple.

Su prolífica actividad periodística quedó contrastada en distintas responsabilidades: claro que hizo mesa de redacción -así se decía entonces- pero sabía que la noticia saltaba en la calle en el instante menos pensado. Por eso amaba la calle, se recreaba en conversaciones interminables en cualquier cafetería, en una barbería o en cualquier rincón de la capital tinerfeña. Redactor, entrevistador, comentarista y corrector, por supuesto. En cierta ocasión, guiado por un cierto afán transgresor o de originalidad, tituló: “Ayer, ‘crack’ de la circulación en Santa Cruz”. Y abrió un debate sobre el empleo del anglicismo.

Se movió también entre gabinetes de prensa y comunicación institucionales donde se notó su oficio, donde su veteranía hizo superar muchas carencias.

Y luego, claro, su producción bibliográfica: cuando acopiaba material, gráfico o documental, pensaba siempre en una publicación. Son numerosos los títulos con su nombre en portada. Algún editor siempre reconoció el gancho de Gilberto con historias o asuntos de los que nadie se ocupaba.

Su dilatada trayectoria profesional, como periodista y escritor, se vio reconocida con algunas distinciones: le acompañamos cuando fue nombrado Hijo Adoptivo de Santa Cruz de Tenerife (1998) y cuando recibió el premio Canarias de Comunicación (1995).

“Me han dicho que fue un ranillero el que inspiró este premio”, nos correspondió cuando nos fundimos en el abrazo de felicitación, refiriéndose a la moción que en su día hicimos para que cristalizara esa modalidad de los premios.

Y también estuvimos presentes en el acto de concesión de una distinción hecha por la Federación Española de Asociaciones de la Prensa (FAPE), hecha por su presidente, Fernando González Urbaneja, en el Ayuntamiento de Santa Cruz, con motivo de su medio siglo dedicado a menesteres periodísticos.

Gilberto Alemán, serio y ocurrente a la vez, fue un arquetipo del periodismo clásico, del que no conocía horas, del que bebía en las fuentes más impensables. Todo un profesional, todo un ciudadano.

Un animal periodístico.

(Y él hubiera añadido: con perdón).[/apunte]