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DESPUÉS DEL PARÉNTESIS > DOMINGO LUIS HERNÁNDEZ

La obra ‘Llueve sobre La Habana’

   

Llueve sobre La Habana es una novela que salió a las librerías hace poco más de tres semanas. ¿Qué tiene de especial? Varias cosas que cabe sintetizar aquí.

En primer lugar, es una novela de género, es una novela policiaca. Así le da forma el autor, el salmantino José Luis Muñoz. De ese modo se ha prodigado este escritor a lo largo de su ya larga carrera literaria.

Mas el persistir en un modo preciso de hacer novelas es un mérito a medias; el mérito es la consecuencia, el hecho de que en el moderno ese género (y otros como el gótico o el libro de viajes) es un útil, una puerta de entrada para el sometimiento de lo que hoy en verdad interesa confirmar: la identidad, el desarme de las máscaras, la función de la fidelidad consigo mismo, que es el principio en que se ampara semejante muestrario.

Así ocurre aquí y, como tal, el mérito no reside en el seguimiento fiel de las cláusulas de lo policiaco sino lo que Llueve sobre La Habana aporta más allá de lo policiaco en sí.

Y otra cosa: el llamado género negro significa abrir el mundo a diversas alternativas. Entre otras, el equívoco, el engaño, el subterfugio frente a (o junto a) la disyuntiva del descubrimiento, del desvelado, de la ruina del oscuro y de la eventualidad.

Y con lo dicho se sitúa otra armadura categórica, que es la de novela que abre las esclusas de la parcialidad.

Aquí paro. José Luis Muñoz es un español que estampa en los signos de este texto, en las letras que componen el libro, una manera de ser: la de un habanero que no sólo actúa como tal sino que como tal habla y como tal escribe.

¿Qué deducir entonces?, ¿cómo reducir el escrito?, ¿lo haremos con el apremio de distinguir las cursivas que lo marcan y que subrayan el trabajo de autoría, de un escritor que es, en este caso, un impostor?

No del todo. En Llueve sobre La Habana la indagación es múltiple, no sólo lingüística. Convive con esa señal la trama situacional, el estado (incluso el urbanístico) de las cosas, las circunstancias que ordenan y amarran la esfera política y social… en la capital de Cuba. Y eso remite a toda la Cuba actual.

Así es fácil interpretar que un llamado partido se convierta en gobierno, que el gobierno dicho no represente al país sino que sea el país y que con los registros que el sistema cubano se da para sí, país, partido, gobierno y burocracia amorfa, excluyente, exclusiva y fagocitadora sean lo mismo. Y eso faculta la verdadera línea argumental del relato y la extraordinaria urdimbre de personajes que nos regala José Luis Muñoz.

Derrumbe, calamidad, represión, delación y supervivencia andan juntos en ese mundo. Y en ese mundo coexisten los representantes de la estructura de poder en Cuba, los bajos fondos, los proxenetas, los pícaros, las jineteras y los policías.

Ocurre que la contradicción del lugar se rearma, en tanto los de-rrumbes dichos no son sólo urbanísticos ni sólo personales, no se apuntala un edificio o se cae un techo ni es perentorio dedicarse a la prostitución para sobrevivir malamente allí: lo que se encuentra en el suelo es el sistema y la idea que lo alzó.

Si el comunismo como tal ideología encumbró a la ética, la Cuba que retrata Llueve sobre La Habana es la defunción de la ética.

¿Qué queda entonces? El vislumbre humano, variar el estigma del desequilibrio (como Chaplin hizo en sus películas) y oponer a esa ruina el sesgo de la dignidad, de la responsabilidad y de la solvencia.

Eso es Bemba, a pesar de su doble vida (formal-casada y jinetera), eso es Vladimir y eso encarna el protagonista del relato (a pesar de los fracasos), el rudo y contradictorio policía llamado Rodríguez Pachón.

Y en semejante urdimbre vive el complejo de dobles que cimenta Llueve sobre La Habana: el personal y físicamente repugnante Vlad González frente al sensitivo, cariñoso y a la par despiadado Rodríguez Pachón; la abnegada Bemba en su doblez…

Cuerpos y almas contrapuestos, situación y oficios contrapuestos, deseo y fracaso contrapuestos. De donde, si los contactos de Rodríguez Pachón con Bemba se sitúan más allá de los pactos del placer, es porque Bemba repite y sustituye al verdadero objetivo de quien le paga para el placer.

Igual que el placer como oficio sustituye al signo mismo del placer por necesidades apremiantes en Bemba.

De donde, si el sistema se representa del modo en que se representa, eso no quita para que un policía oponga al sistema la abnegación por su oficio y persiga atrapar a un sádico asesino de jovencitas.

De donde, sobre los personajes dichos, otro que sentencia los registros y que muestra las atrocidades todas del sistema señalado: el cruel y escurridizo criminal yanqui que se convierte en la metáfora básica que encierra esta novela.