X
A PROPÓSITO > POR AURELIO GONZÁLEZ

Indignados e indiferentes

   

Pasan los días, los años, la vida, y uno se convence cada vez más de que los seres humanos en colectividad no deben dejar de constituir nunca una sociedad cuyos miembros han de caracterizarse siempre por una permanente y acechante actitud crítica e impugnadora ante los gobernantes y ante la propia vida. Y así debe ser desde las primeras sociedades en las que vivimos juntos y compartimos obligaciones y deberes, es decir, la familia y la escuela.

Pienso que es preferible el individuo crítico, impugnador, incluso rebelde, frente al insensible, insolidario e indiferente. Los primeros son partidarios de regular la vida en colectividad y se esfuerzan por racionalizar un sistema colectivo de libertades y obligaciones que haga posible el perfeccionamiento intencional y permanente de las facultades específicamente humanas.

Los segundos son los egoístas, los partidarios de que todo se lo den hecho, a los que la vida del prójimo les importa un pimiento, la carne de cañón para los regímenes totalitarios y las dictaduras de cualquiera de las calañas.

Respeto y apoyo las razones que motivaron el nacimiento del movimiento social denominado del 15-M, es decir, la preocupación e indignación por el panorama político, económico y social que padecemos y que se traduce en el descrédito de la clase política y la actitud connivente de muchos banqueros y empresarios.

En este sentido, entiendo a las muchas personas -al principio, en su mayoría jóvenes, y ya de todas las edades- que exigen una democracia real, auténtica, que no permita que muchos derechos constitucionales (a un trabajo, a una vivienda digna, a la seguridad pública, etcétera) se les sigan negando.

Pero por estas mismas razones creo que deberíamos rechazar de plano la desnaturalización y deslegitimación que viene padeciendo el movimiento de indignados debido a la incorporación incontrolada en él de sectores radicales, antisistema y anarcoides que persiguen la destrucción del sistema (en lugar de corregirlo y mejorarlo) para imponer otro alternativo que satisfaga sus no siempre confesados intereses partidarios o grupales.

El mismo esfuerzo y convicción que está haciendo posible la extensión del movimiento en todo el país debe ejercerse para erradicar de sus filas a estos oportunistas e indeseados.

Resulta lamentable, incluso, que los dos partidos de mayor presencia en el Parlamento de España, adopten posiciones respecto al 15-M en función de sus intereses y conveniencias electorales.

Así, por ejemplo, mientras el que apoya el Gobierno central reconoce que los actuales sistemas (democrático, empresarial, económico y financiero) son mejorables, el otro dice que la culpa no la tienen el sistema ni las instituciones, sino el partido político que en estos momentos gobierna. Es decir, cualquier situación y argumento son buenos si nos permiten arrimar el ascua a la sardina de nuestros intereses partidarios y electorales.

La vida en democracia será tanto más frágil y estéril cuanto menos participativos sean los ciudadanos en la vida pública y, por tanto, en la defensa de sus derechos y en la asunción de sus obligaciones. En este sentido, hay que reconocer que aún seguimos casi en pañales.

El gran reto que tenemos hoy todos por delante, especialmente los políticos actuales, consiste en combatir el descrédito que sufren la clase política, las instituciones públicas y el propio sistema democrático.

Para conseguirlo, hay que lograr ciudadanos críticos, impugnadores, rebeldes si hace falta, con ideas políticas propias, democráticamente activos en la defensa de sus derechos individuales y colectivos.

He leído ¡Indignaos! (Destino, 2011), ese librito tan vendido del franco-alemán Stéphane Hessel, uno de los redactores de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, y estoy de acuerdo con su “alegato contra la indiferencia y a favor de la insurrección pacífica”.

Sin constituir nada del otro mundo, dice dos cosas que me han interesado especialmente. Una, que la peor actitud es la indiferencia y que, si nos comportamos así, perdemos uno de los componentes esenciales que forman al hombre: la facultad de indignación y el compromiso que la sigue. Y otra, que no es verdad, como escribió Sartre en 1947, que la violencia constituya un fracaso inevitable puesto que estamos en un mundo de violencia, sino que la no violencia constituye el medio más eficaz para combatirla. Por eso apoyo a los indignados y combato a los indiferentes.