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MURO DE REFLEXIONES > POR MARIANO VEGA

Jorge y Carlos

   

Cuado hago alguna entrevista a alguien que suele viajar, y la hago sobre todo aquí, en la Isla, suele venirme el recuerdo de Domingo Pérez Minik y de su Entrada y salida de viajeros, obra en la que aparecen, como saben, sus encuentros y entrevistas a personalidades tan importantes como Bertrand Russel, Alberto Sartoris o Juan Marichal.
Durante mi etapa como presidente del Ateneo de La Laguna, años 2003 y 2004, pude contar (gracias a Juan Cruz y a Fernando Delgado) con la presencia de Jorge Semprún, que acaba de fallecer, y de Carlos Castilla del Pino, que nos dejó antes, en mayo de 2009.

No les hice en dicha ocasión ninguna entrevista, pero sí que mi conversación con ambos tuvo a menudo por mi parte esa permanente curiosidad de la entrevista, que no debe renunciar nunca a la creación de una cierta atmósfera, clima y clímax, en la que el entrevistado se sienta a gusto, desde donde mejor pueda dar rienda suelta a todo lo que sabe, mientras el entrevistador se mueve como en una especie de travelling en busca de perspectivas, de ángulos de incidencia, que puedan provocar la respuesta deseada, la más espontánea, la que más puede sorprender.

Ni Jorge ni Carlos se ajustaron a lo que en realidad les habíamos pedido para dicha intervención, a lo que creímos que más correspondía a un acto como el de la fiesta de arte del septiembre lagunero, sino que hablaron de lo que ellos quisieron, de cosas que tenían seguramente preparadas para decirlas en cualquier lugar.

Con el tiempo, sin embargo, tal consideración la tuve como una solemne majadería, pues lo realmente importante fue haberlos tenido a los dos en el Ateneo en la celebración de su primer centenario, compartir una velada cultural con personalidades que vimos entrar en el salón de actos aureolados por páginas de la historia que ellos mismos habían protagonizado.

Durante esos días, primero con Jorge y después con Carlos, tuvimos ocasión de darnos sendos paseos por Las Cañadas, con almuerzo en el Parador por la atenta invitación del entonces consejero de Cultura del Cabildo, Miguel Delgado.
Fueron paseos de muy grato recuerdo junto a Jorge y Carlos, su esposas, Collette Leloup y Celia Fernández, y un grupo de amigos tinerfeños, entre los que se estaban Carlos Pinto y Delia Trujillo. Collette era muy elegante, atenta, de sonrisa permanente; Celia, profesor de Teoría Literaria en la Universidad de Córdoba, de finísima inteligencia.

El biólogo Antonio Machado nos expuso, con su habitual brillantez, la historia y evolución de los paisajes que atravesábamos. Ante la estampa del Teide en un atardecer de septiembre, notamos que Celia procuraba que no le saltaran lágrimas de emoción.

El pasado año, en el ciclo que Fernando Delgado dirige en CajaCanarias bajo el epígrafe El mundo que queremos, Celia tuvo oportunidad de mostrarnos su profundo conocimiento de la memoria en aspectos muy diversos.

En el trascurso de su intervención, pensamos más de una vez en los frecuentes diálogos que sostendría con su marido en torno a la memoria, cuyo estudio tanto apasionaba a los dos.

Sobre el fondo de sus obras que mejor conozco, La escritura o la vida y Pretérito imperfecto, he visto de nuevo a Jorge Semprún, hombre guapo con pinta de galán francés, desenvolver o desarrollar su característico gesto de intelectual, de escritor, en un cruce incesante de fronteras, muy en función siempre del tiempo que le tocó vivir: con Carlos se me ha vuelto imponer la imagen del árbol, más sujeto a paisajes y espacios determinados, su capacidad de emitir el juicio más acerado y lúcido, sin dejar de rezumar la más inesperada y honda ternura.