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EL SALTO DEL SALMÓN > POR LUIS AGUILERA

Piratas del Caribe y de los Mares del Sur

   

Cuando mi tía Beatriz nos leyó, a mis hermanos y a mí, la Isla del Tesoro, yo no conocía el mar. Y desde luego no conocía a los piratas. Como hijo de tierra adentro, debió ser el cine el que me dio estereotipos y paisaje: la pata de palo, el parche en el ojo, mosquete y puñal al cinto y un poco de arena y un cofre, y un par de palmeras con un horizonte de bajeles, cañones y espuma. Pasados los años creí que tantas aventuras y desventuras estaban soterradas en los viejos arcones de la memoria y que fantasmas y fantasías pertenecían al imaginario de una edad perdida. Ahora ya conozco el mar. La vida me ha regalado, por veintitantos años, el mar de Canarias. Pero sólo la semana pasada supe que también conozco piratas: uno se llama Obama y el otro (a lo mejor descendiente de sir Francis Drake), que se llama Cameron.

La reciente visita de Obama a Puerto Rico ha sido como abrir de nuevo el libro que nos leía mi tía y revivir algo que es puro cuento: Puerto Rico no es un “Estado” ni es “libre” ni “asociado”. No es un Estado porque no pertenece a la federación ni tiene estatus semejante a los otros cincuenta. De hecho no tiene representantes en el Congreso, sino un delegado sin voz ni voto. No es “libre” porque está sometido a las leyes federales y al mandato del Congreso y de la justicia estadounidense, sin autonomía alguna. Tampoco es “asociado” porque su gente no participa del país ni social ni económicamente.

El derecho internacional no reconoce esa figura tramposa que lo une a Estados Unidos y más bien lo define simple y llanamente como colonia. Buena prueba del ninguneo con que Puerto Rico ha sido tratado por la metrópoli es que Obama es el primer presidente en cincuenta años que pone su pata de palo por allí. Pero Obama ha aparecido en la isla no para servir a sus moradores, sino que, como auténtico corsario, quiere recoger ese tesoro que son los cuatro millones de votos de los puertorriqueños residentes en el continente y que sí pueden votar. Un preciado botín cuando la marea de la popularidad está baja y deja al descubierto que el baulillo de la reelección se desocupa.

Más filibustero ha sido el primer ministro inglés. En la Cámara de los Lores ha dicho que el asunto de las Islas Malvinas está fuera de discusión y que la reivindicación argentina tiene puesto el punto final. Como buen bucanero se ha pasado por el fajín las reiteradas resoluciones de la ONU sobre descolonización de las Malvinas como territorio de ultramar, perteneciente geográficamente a la Argentina, y se ha puesto parche en el ojo para hacer la vista gorda a los llamados de la OEA y de otros foros donde se ha pedido a Gran Bretaña que devuelva lo usurpado. Con la arrogancia de los imperios, como los piratas saben que más vale el poder de una luctuosa bandera con calavera y fémures cruzados que la ley escrita en los papeles. La presidenta Cristina Fernández le ha respondido que a los argentinos ya quisieron venderles eso del punto final. Y tiene razón cuando agrega que pretender poner fin a la historia es una estupidez.

En verdad, eran mucho más divertidos los piratas contados por la tía Beatriz.