Nuestros polÃticos llevan demasiado tiempo injuriándose unos a otros, colapsando los juzgados con inútiles querellas intestinas y manipulando las instituciones -desde el Tribunal Constitucional hasta la Academia de la Historia- según sus intereses partidistas.
Al final, todo esto se les ha ido de las manos, propiciando con su mal ejemplo que gentes incontroladas copien lo peor de sus modales y los superen con creces mediante la bajeza moral y la acción directa.
Además, ocupados sobre todo en mantener sus cargos y prebendas, buscan la impunidad siendo permisivos y tolerantes con muchos desmanes callejeros.
Se entiende asà que la abundancia de leyes en este paÃs quede compensada con su sistemático incumplimiento. Porque ¿qué repercusión penal tiene el que se destroce mobiliario urbano, se amedrente a pacÃficos ciudadanos y se agreda a agentes de la autoridad? Ninguna.
Resulta sintomático que mientras presuntos indignados asediaban el Parlamento catalán, José Luis RodrÃguez Zapatero reprochase en Madrid a Mariano Rajoy, lÃder nacional del Partido Popular, que con sus opiniones económicas esté minando la confianza internacional en España. ¿No lo hacen muchÃsimo más las imágenes de energúmenos increpando y acosando a nuestros legÃtimos representantes?
Pues no debe parecérselo asà a nuestros gobernantes, que se desentienden siempre de lo que ocurre en la calle, desde la actuación de simples gorrillas o la venta ambulante ilegal hasta la ocupación violenta del espacio público o el acoso a Ruiz-Gallardón al sacar de paseo a su perro.
Y es que en este paÃs cualquier tropelÃa está permitida mientras no le perjudique al que manda.