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LA MIRILLA > POR ROMÁN DELGADO

Todos los días

   

Todos los días: todos. Ni uno más ni uno menos: todos. Todos los malditos días de esta insufrible vida en este desperdiciado y agotado país, el señor Soria se tropieza con alguien en la calle, en la esquina, en la cafetería, en la plaza, al lado de su casa, en la playa, en su gimnasio personal…, animal, persona u otro tipo de ser viviente, que le pregunta al oído (o a grito limpio y con mucha rabia): “Señor Soria, por qué este Zapatero no realiza de una vez la convocatoria anticipada de elecciones generales”. Esto lo soporta el señor Soria a diario, cada minuto, durmiendo o despierto, con terrible crudeza y todos los días de Dios. Ni es vida ni se puede aguantar más. Así que aprovecho estas líneas para decirle a Zapatero que tenga piedad de Soria, que el hombre casi no puede salir de casa, y que, por caridad, de una vez firme lo que tenga que firmar para que este señor ya meta en su agenda cuándo el PP va a llegar a La Moncloa, y así, de camino, proyectar si al fin llega su oportunidad y puede ser ministro de algo, o secretario de Estado de algo, que también por algo será que su amigo Rajoy lo quiere tanto e incluso va diciendo por ahí que es hombre muy valioso y de su máxima confianza.
Quizá ésta sea la mejor manera de que Soria se sacuda tanta presión: en la calle, en cualquier esquina, al bajar del coche, en la piscina, en el centro comercial, cuando entra en el Parlamento… El señor Soria no sabe cómo gestionar el clamor popular que palpa día tras día en contra del presidente del Gobierno español, que hoy aún es Zapatero. Tiene tal lío, quizá por la presión a la que está sometido, que incluso ha llegado a dudar de si son esas personas anónimas (la gente de calle y de barriada…) las que le piden que, por favor, haga todo lo posible para que ese destructor del país España se vaya a su chalé de León o en cambio se trata de voces que provienen de sus acompañantes habituales, o bien de las circulares de Génova que tiene grabadas en su Ipod…

Las últimas confecciones del señor Soria acerca de lo mal que lo pasa cuando pasea por cualquier sitio, por todo lo dañino que la gente dice de Zapatero, es como para tomarse varios tranquilizantes, y no por el descontento generalizado que hay en la calle, que está, sino por la pesadez abrumadora con la que taladra la misma consigna el señor Soria en radios, en teles, pasillos, corros, ante el espejo, en la bici estática… ¡Uy…! Ya basta, ¡no! ¡Qué cosa!

Como siga así, igual tiene un problema. Y no se da cuenta de que lo más importante no es que Zapatero se tenga que ir ya, cuando diga el PP, sino quizá que debe haber cambios en este Gobierno, que se debe pasar a la acción para que la crisis no haga añicos a la gente… Sí, lo importante es justo esto: las respuestas para que la crisis no haga añicos a la gente, en lo que hay culpas repartidas, de forma desigual, pero repartidas, y con la participación, claro, del PP de Soria. Esta parte de la jugada es objeto de indignación, de mucha indignación, y el queme es tal que tiempo al tiempo, como se suele decir.

Por cierto, hace ahora un año, un formidable indignado murió en Lanzarote. Hablo de Saramago, que dejó dicho en Ensayo sobre la ceguera: “(…) Al fin se encendió la señal verde y los coches arrancaron bruscamente, pero enseguida se advirtió que no todos habían arrancado. El primero de la fila de en medio está parado, tendrá un problema mecánico (…). El hombre que está dentro vuelve hacia ellos la cabeza (…), se ve que grita algo (…). Estoy ciego”.

Así, en un puto instante, muchos se han visto a oscuras. Esto es lo único que de verdad importa; es donde hay que taladrar.