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OPINIÓN > POR TOMÁS CANO

Vuelo nocturno

   

La oficina de la compañía había sido durante mucho tiempo la habitación de un pequeño albergue que ésta tenía en el aeropuerto. No era muy grande, pero suficiente para atender las operaciones de la compañía, y podía albergar a una tripulación para efectuar el despacho de vuelo.

Eran ya las once de la noche, y el día había sido largo para el personal de tierra. Habíamos estado trabajando para despachar un vuelo a Port Gentil, en Gabón, con escala en Libreville.

El avión, un DC-7, estaba aparcado en una posición especial, para subir a bordo la carga que el vuelo debía llevar, además de algunos pasajeros, todos ellos pertenecientes a una compañía petrolera.

La carga estaba compuesta de comida, repuestos técnicos muy pesados, para el pozo petrolífero, ya que en Port Gentil, se había descubierto años atrás, yo diría sobre 1960, petróleo y gas. Fuera, en la pista, hacía un frío de mil demonios. Colocar la carga nos obligaba a retirar asientos y al capataz responsable sólo se le oía decir, de cuando en cuando, ¡a ver si pensamos un poco rediós!

Cuando hablaba de esta forma era imposible poder meter una palabra, ni de canto, porque el tiempo apremiaba y había que hacer los cálculos para hallar el “centro de gravedad” correcto del avión, y lo que era también muy importante: atar bien la carga y echarle unas redes por encima. De esta forma evitaríamos que el avión no perdiera el control durante el despegue.

La carga debía estar lo suficientemente sujeta para evitar movimientos bruscos durante el vuelo, y con ello no perder también el avión durante ese largo vuelo. Eran otros tiempos, todo solía hacerse a mano y un error podía costarle la vida a la tripulación.

El primero en llegar fue el comandante, un hombre enjuto, con manos de aristócrata. Con ellas volaba como los ángeles. También poseía un gran sentido del humor, aunque, cuando tenía que hacer estos vuelos, su semblante era de preocupación. Se sentó, cogió un cigarrillo y le dio fuego. Le explique el tipo de carga que transportaban, además de los pasajeros. Todo cuanto me dijo fue: no me desees buena suerte, como haces siempre. (…). Yo era un niño y hubiera deseado estar con ellos.