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Por Alfonso González Jerez >

Señorito

   

Todo el problema de la atrofia de las instituciones democráticas -de los peligros de su desnaturalización hasta transformarla en una pestilente caricatura- no reside en la normativa electoral, en la financiación de los partidos políticos, en la partidocracia rampante, contante y sonante. Para nada. Todos estos factores son graves y configuran una amenaza que ya actúa vivamente contra la democracia parlamentaria como praxis política, pero se intensifican por la escandalosa y autosatisfecha falta de educación democrática de la mayoría de los representantes elegidos por los ciudadanos. No tienen rapajolera idea -ni interés por adquirirla- sobre la legitimación de su carácter representativo, los derechos de participación política o la imperiosa necesidad de la crítica. Para esta gente, que consigue un estatus social por el solo hecho de ocupar electoralmente una posición institucional, la democracia no identifica comportamientos humanos: es una realidad virtual solo apta para satisfacer su enunciado y que queda simbolizada, como señala Marcos Roitman, en un amasijo simbólico de órdenes institucionales de naturaleza autorreferencial. La democracia son edificios, escaños, bandas presidenciales, el Boletín Oficial, los padrones electorales, las urnas, las dietas por asistencia a comisiones y plenos, los discursos floridos, las proposiciones no de ley, las visitas a los barrios, las columnas en la prensa o las entrevistas en televisión. La democracia parlamentaria deviene así un conjunto restrictivo de reglas de juego y no un proyecto de convivencia social cuyo sujeto político son los ciudadanos. Y entre los políticos que juegan a diocesitos menores en su edén democrático no es imprescindible ocultar la ignorancia supina, los prejuicios, la necedad entusiasta y los desprecios aristocratizantes. Así se explica el reciente artículo del diputado Ignacio González Santiago, que definía a los acampados del 15-M y, por extensión, a todo el movimiento de protesta, como una turbamulta de buscavidas, comunistas, anarquistas, borrachos, bronquistas, drogatas e indigentes. Ah, los indigentes. Ya no hay que simular nada: los peatonales días de concejal quedan atrás y a los indigentes ya se les puede poner en su sitio, entre la hez de la sociedad, entre lo peor de un campamento gitano. No son reflexiones de un señor conservador: son las reflexiones de un señorito chicharrero con una insobornable conciencia de clase y, debe reconocerse, con muy escasa compasión hacia aquellos que no pueden comprarse y financiar un partido y jugar a la política, quiero decir, a la democracia.