RAFAEL TORRES | MADRID
Los agentes que en la madrugada del jueves se las vieron con el individuo que, según todas las informaciones, habÃa promovido un altercado en una “sauna” o local de alterne de Madrid no sabÃan quién era ese sujeto que, sobre mostrar inequÃvocos sÃntomas de embriaguez, balbucÃa una versión del tradicional “usted no saber quién soy yo” mientras, al parecer, sacaba a pasear las manos.
Horas después, cuando en la comisarÃa se le puso en libertad pese a los cargos de agresión y desacato a la autoridad, que a cualquier otro ciudadano le habrÃan costado, como mÃnimo, calabozo y puesta a disposición judicial, ya se enteraron de quién era: un senador del reino. Y presidente del Cabildo Insular de La Gomera. Y diputado regional.
En La Gomera Casimiro Curbelo, manda muchÃsimo, tanto que algunos hablan de “casimirato”
En La Gomera, donde el interfecto, Casimiro Curbelo, manda muchÃsimo, tanto que algunos hablan de “casimirato”, se sabe bien quién es, pero en un Madrid, en un Azca, a las puertas de un garito y a las cinco de la mañana, todos los gatos son pardos. PodÃa Casimiro haberse granjeado alguna fama en la capital como orador o como brillante funcionario de la Cámara Alta, pero no, la verdad es que a los guardias que tuvieron que bregar con él, no les sonaba de nada. Les pareció, sin más, uno de esos forasteros cincuentones que con la cartera bien pertrechada desparraman por las noches calientes de Madrid, pero cuando le vieron irse de rositas de la comisarÃa acompañado de su hijo, con quien habÃa protagonizado los poco edificantes episodios de la noche anterior, ya supieron que era uno de esos “intocables” que, al contrario que en la India, pertenecen a una casta superior, la de los inmunes que por el morro vivaquean lejos del rigor de la ley. La verdad es que Casimiro Curbelo, que celebraba en la noche de autos, por todo lo alto, el inicio de las vacaciones en el Senado, con mariscada previa en un distinguido establecimiento de la señorial zona de Retiro, estaba en su derecho de fundirse la noche en la “sauna” que quisiera, bien que no sin desdoro del buen gusto, pero que tuviera el derecho, también, de invocar a grandes voces el “usted no sabe quién soy yo”, eso ya sà que es, a estas alturas de la Historia, una indecencia.