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El último carpintero de barcos

   

Antonio Celso Marcelino posa subido en un barco en reparación. | DA

VICENTE PÉREZ | GRANADILLA

¿Se puede construir un barco de más de 12 metros de eslora sin saber leer, ni escribir, ni dominar el sistema métrico decimal? Antonio Celso Marcelino es la mejor prueba de que sí. Durante más de cuatro décadas años fue carpintero de rivera, y no hay barco de madera en Los Abrigos que él no haya construido o reparado.

Ya jubilado, y sin aprendices que le sucedan, su oficio va camino de perderse, a pesar de que aún se demanda este trabajo, y los pescadores aún le piden consejo para reparar sus embarcaciones, porque no todos los barcos son de fibra y la madera sigue siendo preferida por muchos marineros.

Casado, con tres hijos y cinco nietos, Antonio recibe a DIARIO DE AVISOS en el puerto, por donde pasea todos los días como si fuera el patio de su hogar. De hecho, vive junto al muelle, y su casa estaba allí antes que todo, en el núcleo de viviendas que dio origen a Los Abrigos.

“Yo no sé ni firmar, malamente unos rasguños, y ni el metro lo entiendo bien, pero he hecho barcos de 12 metros de eslora, con su cabina, su motor y sus neveras, y me hubiera atrevido a hacer de 24 metros pero mi taller no me daba para más”, afirma, orgulloso de sí mismo y de su gran capacidad de aprender por si mismo, contra las marejadas de la vida. “Aprendí yo solo, nadie me enseñó, este trabajo no se aprende en ninguna escuela, los golpes y los leñazos son los que van enseñando a uno con los años”, explica con una simpatía mezclada con la sabiduría de los viejos lobos de mar, pues fue también pescador. “Mi primer barco”, comenta con ironía, “tenía 4 metros y bajé 4 kilos al hacerlo; pero luego, con la práctica, cuando más metros tenía el barco, más gordo me hacía”.

Cuenta que tardaba cuatro cinco meses en construir una embarcación de 12 metros, con un único ayudante. Y todo ello, sin saber si quiera las cuatro reglas. “Yo lo hago todo sin números, algo he aprendido del metro, pero poco, y al principio no los entendía muy bien”, confiesa. El resultado de su trabajo fue siempre excelente, y así lo reconocen los pescadores durante la entrevista con este diario.

“Lo más complicado era la roda, la proa y la popa; y la mejor madera es la de morera, aunque llegué a usar pino del monte y laureles de indias de los que están en las plazas”, expone, con el afán de un maestro sin discípulos.

Antonio Celso advierte, casi con el orgullo de un padre por sus hijos, que hay barcos suyos navegando en todas las islas, sobre todo en Tenerife, La Palma y Gran Canaria. Tiene el título de artesano expedido por el Cabildo, y aunque ya no trabaja, para todos sigue y seguirá siendo el carpintero de Los Abrigos.