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“El volcán reclama lo que es suyo”

   

Juana Hernández, ayer. / FRAN PALLERO

VICENTE PÉREZ (ENVIADO ESPECIAL) | El Pinar

“No tenían por qué haber dejado hacer ese pueblo en La Restinga, porque está en un lugar que es una explotación del mar por donde crece la Isla y ahora el volcán reclama lo que es suyo”. Así opina Juana Hernández Padrón, una campesina y pastora de El Pinar, que a sus más de 90 años vive la emergencia volcánica de El Hierro “sin miedo”, mientras sigue su vida normal labrando la tierra, con sus cabras y cuidando a un nieto de 17 años al que crió desde que era un bebé.

Ataviada con traje y pañuelo negro, y con el rostro surcado por el tiempo, doña Juana asegura que hacía una semana que le había comentado a su nieto que pronto surgirían manchas verdes en el mar. Al ser informada por los enviados de este diario de que esas marcas de la erupción en el océano ya habían aparecido, ella demuda la expresión, y confiesa, tranquila: “Pues yo eso lo barrunté, cuando sentí un estremecimiento en el sillón de casa”.

Esta anciana muy conocida en El Pinar, que aún hace queso de almendra y de cabra, demuestra tener un gran sentido común geológico. Malamente sabe leer y escribir, pero su experiencia de la naturaleza la resume así: “La explotación del mar es el crecimiento de la Isla. Con esas explotaciones creció El Hierro. En La Restinga había un muelle y una casita nada más, pero fueron agrandando el pueblo, cosa que no tenían que haber permitido, porque está en plena explotación, porque en el faro de Orchilla no hay nadie porque saben que puede explotar por allí también”. Para doña Juana, las erupciones no se apagan fácilmente: “Cuando explotan, no se terminan pronto, van caminando, unos a pasos de una cuarta, otros a media, pero todos avanzan”.

Más actividad

Como una experta más, no duda al afirmar que “en los próximos 10 o 12 años habrá más volcanes. A lo mejor no los veré yo, pero sí los habrá, unos más lejos, otros más cerca, otros más rápido, otros más despacio, porque la Isla sigue creciendo”. “Nadie sabe lo que hay ni lo que puede pasar en este volcán de ahora”, sentencia, mientras enarbola un documento donde le cobran 38 euros por el IBI de una huerta con dos cirueleros, y se dispone a quejarse en el Ayuntamiento.

Esta longeva herreña, amoldada a la Isla como una sabina por el viento de los años, recuerda haber visto el volcán de La Palma desde la meseta de Nisdafe, en San Andrés, desde donde “se veía muy bien el relumbre y las llamaradas y el correr de la lava”. “No se me olvida que ese volcán salió a finales de julio y principios de agosto, porque estábamos plantando papas de hoyo cuando explotó”, evoca, antes de contar una inédita leyenda: “Dicen que ese volcán desapareció una islita que tenía ciento y pico habitantes”, tal vez refiriéndose al pueblo de Las Manchas, que engulló el volcán de San Juan en 1949.

Doña Juana tiene claro que incluso si el volcán se acerca a El Pinar, ella no abandonará su casa. “No me fui cuando el incendio del monte hace unos años y no me iré ahora; lo que Dios me tiene preparado no me asusta”, concluye, mientras reanuda el paso por las calles de su pueblo.