JUANCA ROMERO HASMEN | SANTA CRUZ DE TENERIFE
Cuántas historias hemos escuchado a lo largo del tiempo, que sitúan entre los muros del actual Museo de Historia y AntropologÃa de Tenerife, conocido por la mayorÃa de la ciudadanÃa como Palacio Lercaro, a supuestos entes que al amparo de las sombras de luz y las que producen los años, se pasean por sus pasillos con rumbo incierto y trazos aprendidos. Sin lugar a dudas los crujientes suelos de añeja madera, la humedad de sus patios y el grosos de sus muros, se convierten en el perfecto escenario para la sugestión y la volatilidad de las historias previamente escuchadas.
El palacio Lercaro, data de finales del siglo XVI. Fue mandado a construir por el Teniente General de Tenerife, Francisco Lercaro de León. Es un claro ejemplo de construcción civil en el archipiélago canario, de la que destacan con diferencia, su entrada o pórtico, con claras tendencias del Manierismo Genovés, y la roseta o escudo de armas del primero de sus propietarios.
A lo largo de los siglos, ha ido pasando de mano en mano, siendo utilizado por diferentes familias y dándole muy diversos usos, entre los que destacan un acuartelamiento, la sede de la facultad de filosofÃa y letras, una carpinterÃa…hasta que en la década de los setenta fue comprado por el Cabildo Insular de Tenerife y en 1983, declarado Bien de Interés Cultural, con la categorÃa de Monumento.
La leyenda
Catalina, protagonista de la afamada leyenda que la hace protagonista de un suicidio tras negarse a tomar obligado casamiento con un desdeñado traficante de esclavos, es sin lugar a dudas uno de los principales reclamos por el que muchos visitan las instalaciones del museo. Y es que la ilustrada y poco rigurosa leyenda lleva rondando nuestras calles décadas y décadas. Catalina Lercaro, dice la leyenda, era una bella joven que fue obligada a casarse con un hombre al que ella no querÃa, pero que por decisión interesada de su padre, tenÃa que acatar. Cuentan que no pudo soportar tanto dolor y decidió quitarse la vida arrojándose al pozo que la leyenda sitúa en uno de los patios interiores de la casa. A la mañana siguiente fue una de las sirvientas quién la encontró, sumiéndose de dolor aquella familia que se vio en la obligación de darle sepultura en uno de los patios de la casa ante la negativa por parte de la Iglesia de dar sepultura en campo santo a una vÃctima de suicidio. Pasadas las semanas, comenzaron a escucharse extraños ruidos en las estancias de la casa, y al poco tiempo surgen las apariciones del espectro de la joven, que según indica la leyenda, aún hoy en dÃa continúa vagando por los pasillos, haciendo un alto frente a la imagen escultórica de un pequeño Cristo, obra del artista José Miguel Luján Pérez, y que se encuentra expuesto en el piso superior del museo.
Dice la leyenda que ante estos insólitos hechos, la familia se ve obligada a trasladar su residencia a la casa que tenÃan en el Valle de La Orotava.
Buscando las verdades
Hasta ahora hemos conocido con el nombre de Catalina a la joven protagonista de la leyenda, aunque lo cierto es que no hay datos históricos fidedignos que la vinculen directamente con los hechos que se le imputan. Pero no debemos cesar en el empeño por desentramar tan poéticos hechos, que aunque seguimos sin saber si ocurrieron realmente o no, contienen tanta información que serÃa casi pecaminoso no intentar esclarecerlos. ¿Y si la joven no se llamó Catalina?, o dicho de otro modo, ¿y si la protagonista no fue la mentada Catalina sino otra joven perteneciente a la familia, llamada Úrsula? Hace algunos meses, y en el transcurso de una interesante entrevista con el historiador y escritor Lorenzo Santana RodrÃguez, autor del libro El secreto de los Lercaro, pude por primera vez en años, dar un poco de luz a esta interesante historia que tanto ha calado en el acervo cultural de La Laguna.
Úrsula Lercaro Justiniani, nacida en 1695, fue la esposa del adinerado don Pedro de Nava Destacamos de ella algunos datos entre los que podemos encontrar conexión con la leyenda. Murió de forma repentina a los 32 años, no dejó hecho testamento a pesar de las enormes riquezas que poseÃa y curiosamente en su partida de fallecimiento no aparece el motivo de la muerte como era norma y obligación. ¿Se suicidó?, ¿fue mandada a matar por su propio marido?
Llegados a este punto, quizá sea el momento para borrar algunas de las falsas creencias que hay en torno al Palacio Lercaro y a sus diferentes pobladores.
Si es cierto que la joven, llámese Catalina o Úrsula, murió de forma repentina, su enterramiento a pesar de lo que se dice, si fue celebrado en un cementerio y no en el interior de la casa como algunos apuntan. Los Lercaro se enterraban en el Convento de San Francisco, actual Iglesia del Cristo de La Laguna. San Francisco estaba fuera de los muros de la ciudad, por lo tanto, se hacÃa la excepción, pudiendo ser enterrados allà los excomulgados, los que morÃan tras combate en duelo, los condenados a muerte, los suicidas… No se les aplicaba la legislación vigente en la época si eran enterrados allÃ, al estar este convento fuera de los muros de la ciudad, se aplicaba un derecho medieval que lo permitÃa.
Otro dato interesante que permite dimensionar la leyenda, es que en la casa no existÃa pozo, sino que como ocurre en las grandes casonas y palacetes de la ciudad, lo que podemos encontrar en su interior, es un aljibe en medio del patio principal, o lo que es lo mismo, una abertura a ras de suelo que servÃa para recoger las aguas de la lluvia. Por lo tanto, si la joven murió por suicidio, serÃa lanzándose al aljibe, y no a un poético y literario pozo.
Hay que insistir en la ausencia de datos claros que puedan avalar aunque sea tan solo una mÃnima parte de esta leyenda, y las pocas informaciones de las que contamos, no son lo suficientemente sólidas ni portadoras de planteamientos irrefutables.
[apunte]Se hace inevitable hacer un alto para analizar algunos de los supuestos acontecimientos extraños que se producen en el interior del inmueble. A lo largo de los años han trascendido diferentes testimonios que apuntan a apariciones y sonidos extraños en el Museo de Historia y AntropologÃa de Tenerife, la casa Lercaro. Y aunque debo confesar que la mayorÃa de ellos carecen de rigor, datos suficientes y base mÃnima para iniciar una hipótesis de trabajo, existen algunos hechos que cuando menos permiten aseverar que allÃ, por alguna circunstancia, confluyen determinados hechos de difÃcil explicación.
A raÃz de los testimonios de algunos miembros del personal de seguridad del museo, y de algunos visitantes, se han realizado diferentes investigaciones en su interior, para seguir el rastro de las supuestas apariciones espectrales que rondan los pasillos de la casa, y que en ocasiones vienen acompañadas por raps, o lo que es lo mismo, sonidos de golpes secos que emergen sin motivo alguno a través de sus paredes y suelos.
A dÃa de hoy, y respetando la totalidad de testimonios recogidos, son prácticamente inexistente las pruebas rotundas que demuestren que allÃ, acontecen fenómenos parapsicológicos o de origen similar. No existen pruebas gráficas, y los testimonios directos escasean, negándose a identificarse públicamente para evitar el escarnio y las posibles represalias laborales. Solo podemos agarrarnos a unas contadas parafonÃas de subjetiva interpretación. Aún asÃ, alimentada por la leyenda o no, la casa de los Lercaro mantiene un halo de misterio que no pasa ajeno al visitante, y que sin lugar a dudas resulta conveniente a los intereses del museo, que aunque sea con una supuesta invitada de apariencia espectral, consigue que sea uno de los espacios culturales más visitados de la isla, en una época en la que la gente da la espalda a la cultura arrastrada por la facilidad tecnológica y la comodidad de un mullido sofá.[/apunte]