PETER QUILTER > DRAMATURGO

“Para empezar a escribir escucho las charlas que tienen mis personajes”

SANTIAGO TOSTE | Santa Cruz de Tenerife

La obra de Peter Quilter ha sido escenificada en 33 países. / MOISÉS PÉREZ

El londinense Peter Quilter estrena el 19 de marzo en Broadway, Estados Unidos, Al final del Arcoíris (End of the Rainbow), una obra que presenta a la actriz Judy Garland -para siempre, la Dorothy de El Mago de Oz– en los momentos previos a la caída. Como en la vida, Al final del Arcoíris, que en los teatros españoles interpretan Natalia Dicenta, Miguel Rellán y Javier Mora, dirigidos por Eduardo Bazo y Jorge de Juan, es una historia llena de matices, de ambivalencias, de recovecos. Por eso es definida como una comedia musical dramática.

Lo que muchos ignorábamos es que Quilter es un dramaturgo que vive en Tenerife, y además que aquí ha escrito los textos que han obtenido más éxito, como la misma Al final del Arcoíris o Glorious! Lo que no es poco, si se considera que sus obras han llegado a teatros de 33 países, desde el West End londinense a la Sidney Opera House australiana; desde Berlín a Río de Janeiro, y están traducidas a 20 idiomas.

Esta charla con DIARIO DE AVISOS tuvo lugar en Puerto de la Cruz, en el centro de estudios de idiomas C&T Speaking Experience, donde unos días antes Quilter había protagonizado un ejercicio con los alumnos. Una de sus responsables, Cristina Daniel, ejerció además de traductora.

-¿En qué ha consistido esta iniciativa con los alumnos?

“Fue un ejercicio donde expuse mi experiencia como dramaturgo. La dificultad está en hablar sobre ti en una habitación ante más de 30 personas a las que no conoces. Por fortuna, ellos mostraron mucho interés y las preguntas que me hicieron eran muy buenas. Más difícil es tratar con actores. No sé si es bueno para un escritor de teatro hablar mal de los actores, pero es que son gente muy complicada”.

-¿Y cómo se acerca un autor al intérprete, a quien va a poner rostro a algo que salió de su cabeza?

“En cada encuentro, en cada ensayo, procuro ser una fuente de positividad, de fuerza. Antes me parecía extraño observar que los actores, particularmente los jóvenes, no saben cómo relacionarse con un dramaturgo. Hasta que me dí cuenta de que la razón es que la mayoría de los autores con los que trabajan están muertos. Si haces Hamlet, Shakespeare no te visita para ver cómo va todo. Ni Lorca, ni Chéjov, ni Wilde… Muchos intérpretes se sienten amenazados ante el escritor, y te preguntan constantemente ¿lo estoy haciendo bien?, ¿lo estoy haciendo bien? Esa respuesta la dará el director, mi trabajo es decirle al director lo que necesito. No tengo ningún problema en que los actores se alejen de lo que yo escribí. Y si creo que el actor no lo hace bien, nunca se lo diré. Por otro lado, cuando tus obras se representan en varios teatros es imposible controlar cada producción. Sería de locos. Así que cuando vas a una función, a veces es fantástico y otras, ‘trágame tierra”.

-Usted es británico pero vive aquí. ¿Esa distancia de los grandes centros teatrales le ha brindado una mejor perspectiva del mundo de la escena?

“Al menos es más relajante. Cuando vivía en Londres me llamaban a cada momento, había muchas reuniones, todo era ajetreo… Mi carrera en Inglaterra no iba mal, pero las obras con las que he tenido más éxito las he escrito aquí. Cuando te vas a otro país todos los aspectos de tu vida cambian, tu cerebro se sacude. No sé bien cómo, pero eso ha influido para bien en mi trabajo. La obra que cambió mi carrera, Glorious!, se gestó en Tenerife mientras tomaba un café con unos amigos. Yo les decía que no había escrito nada en los últimos tres años, que había perdido el interés. Entonces una amiga me contestó que era una pena tener esa habilidad para escribir y no hacer nada con ella. Si ella poseyera ese don, recalcó, escribiría todos los días de su vida. Esa misma noche empecé a escribir Glorious!, que ahora se representa en 16 países. Fue un gran barraquito [risas]”.

-En Al final del Arcoíris Judy Garland es el personaje. Los actores son mitos de la modernidad…

“Judy Garland, Marilyn Monroe, Audrey Hepburn… Hay cuatro o cinco actrices que hoy son auténticas leyendas. Internet está lleno de gente que está absolutamente obsesionada con Judy Garland. Para ellos es algo más que famosa, es semejante a un Dios. Pero yo no me daba cuenta de esa importancia antes de escribir la obra. Y eso es bueno, porque de lo contrario tanta información me hubiera condicionado. Además, Al final del Arcoíris no cuenta los hechos al 100%. Hay mucha fantasía, que me sirve para crear una historia más dramática. Mi interés era dibujar un tipo de mujer como Judy Garland: alguien que toda su vida buscó el amor, alguien que tenía un problema muy serio con las drogas, pero también alguien que hasta el final poseyó un gran sentido del humor. Así que me puse a escribir sobre una personalidad bastante dañada, muy oscura, pero también con muchos chistes. Aún me parece increíble que nadie antes hubiera escrito una obra de teatro sobre ella. A lo mejor eso responde a que la mayoría de los dramaturgos son hombres y también son hombres la mayoría de protagonistas. A mí me encantan los personajes femeninos. Muchas de mis obras están protagonizadas por mujeres. Glorious! está ambientada en los años 40 y Al final del Arcoíris, en los 60. Para que una mujer sobresaliese en esas épocas tenía que tener algo muy especial, porque la mayoría estaban relegadas a la cocina”.

-¿Desde que surge la idea para un nuevo texto tiene muy clara la forma, la estructura que va a darle? ¿Cómo es su trabajo?

“Suelo comenzar prácticamente desde la nada, con un germen de idea. Y luego echo mano a mi agenda para buscar qué nombre le daré a cada personaje. Una vez que están en mi cabeza, dejo que empiecen a dialogar. Y justo escribo eso, porque los diálogos tienen que sonar de verdad. Si piensas mucho en ellos, pierden naturalidad. Suele salir mejor cuando no eres muy consciente de lo que estás haciendo. Es un poco como una tarta, no lo haces todo de una vez. Luego sí que vas mejorando la estructura, para que la obra funcione. Siempre es más una cuestión de habilidad que de talento”.

-¿Y una vez que la obra está sobre un escenario, acostumbra a volver atrás? ¿Revisita el texto o deja que siga su vida propia?

“En cada gran producción vuelvo a echarle un vistazo. A lo mejor hay una línea que odio o puede ocurrírseme un chiste nuevo… Pero las obras son seres vivos, porque la interpretación de los actores es diferente en cada lugar, hay cambios en la traducción, la cultura de cada país influye… En Alemania el humor es bastante exagerado; en los países escandinavos, hablamos de un teatro más serio, más oscuro; en Estados Unidos, se vuelven locos. Y es curioso, porque eso también se aplica a cómo soy recibido en cada país. En el este de Europa, por ejemplo, cuando acudo a una función es como si hubiesen llegado Angelina Jolie y Brad Pitt. En Polonia Glorious! es considerada una obra de culto, la primera comedia ligera que han tenido desde hacía muchos años”.

-Y tras esas diferencias, también existe un aspecto universal, algo común a todas las personas…

“Cuando te pones a escribir no puedes pensar que quieres hacer una obra de éxito en el mundo entero. Eso es una cuestión de suerte, de que exista algo en esa historia que interese a todos. Un aspecto interesante acerca de esto lo comprobé con Glorious!, una comedia sobre una cantante de ópera que tiene una voz horrible, pero que sin embargo decide seguir adelante porque su única ilusión en la vida es cantar. A ese nivel, funciona como una comedia. Pero cuando vas al este de Europa Glorious! se convierte en una historia que habla sobre todo del empeño de alguien por hacer realidad sus sueños, por vivir la vida que realmente quiere vivir. Y eso es otro nivel muy distinto: mientras en Canadá se mueren de risa durante una función de Glorious!, en los antiguos países comunistas lloran”.