VICENTE PÉREZ | EL PINAR
Resulta extraño pasear por las calles de un pueblo de casi 600 habitantes sin ver coches, ni gente paseando, ni bares abiertos, ni barcos en el puerto… Es el desolador panorama que ofrece La Restinga, el barrio que fue evacuado por segunda vez el pasado sábado, y al que se puede regresar de dÃa, pero no de noche, cuando la Guardia Civil lo cierra a cal y canto como medida de precaución por la erupción volcánica que está a un kilómetro y medio.
Al mediodÃa de ayer, en torno a las 15.00 horas, el redactor de DIARIO DE AVISOS llegó a La Restinga en la guagua de Transhierro, procedente de El Pînar, un trayecto, hasta su mitad envuelto en una espesa neblina, en el que fue el único pasajero. El conductor confirmó que el transporte público está haciendo su horario habitual, pero que viaja muy poca gente.
Y es que la inmensa mayorÃa de los residentes en este barrio han optado por no bajar a sus casas más que lo necesario, y prefieren continuar en sus segundas residencias en El Pinar, o bien en casas de familiares, ante el temor que, ya indisimuladamente, sienten por el volcán, y, sobre todo, por la posibilidad de otra evacuación. EL turismo se ha retraÃdo por el alarma creada sobre esta emergencia, aunque realmente se puede estar en la isla sin problema, y ver sus paisajes, eso sÃ, atentos a los mensajes de las autoridades, sobre todo en La Restinga y en Frontera.
Ayer jueves fue un dÃa tranquilo, no se sintieron seÃsmos en La Restinga ni el volcán dio señales de vida en el mar, al menos el foco, hasta el punto de que, como ocurriera el miércoles, el océano parecÃa el de siempre, el de antes del volcán, azul y hermoso, calmo en el Mar de Las Calmas. Solo por momentos se dibujaba, como un anillo, el cÃrculo que indica el foco de la erupción submarina. Pero poco más.
Al pasear por el puerto y las calles aledañas el olfateador sensible puede llegar a notar un cierto olor a azufre, y es que en el mar continúa la coloración verdeamarilla junto a la costa, por las emanaciones volcánicas.
A esa hora de la tarde, en el pueblo solo se veÃan agentes y personal de emergencias, y algún geólogo. AsÃ, un teniente de la Guardia Civil conversaba con una periodista de la Televisión Canaria, que tiene una unidad móvil desplazada en la zona. “Yo no he visto nada raro aquÃ, ni gases, y mira que paso horas y horas en esta zona”, comenta el agente.
En vez del furgón de los buceadores, lo que ahora aparece al término de la vÃa principal es un furgón con una estación medidora de la calidad del aire, que de momento es apto para respirar, aunque no con la pureza de antes del volcán.
Sin embargo, no muy lejos de allÃ, al término del pueblo, tras pasar los apartamentos de Arenas Blancas, allà donde empiezan los malpaÃses del Mar de Las Calmas, un precinto colocado por la Guardia Civil prohÃbe el paso a la costa desde este punto hasta Puerto Naos, como medida preventiva ante la aparición de gases tóxicos.
Allà es obligado deterse un momento, mirar los rÃos de negra lava cordada que descienden hasta el mar desde los cráteres que parecen recientes, pero que tienen muchos cientos, tal vez miles de años.
Sólo una pareja con aspecto de turistas extranjeros pasea junto al mar, silenciosos, cámara en mano, y a lo lejos, en la punta del muelle, se ven varios guardias civiles y personal de un organismo cientÃfico manipulando una antena.
Pero si hay una imagen desangelada, es la del puerto, con los pantalanes vacÃos. Sin barcos, un puerto es como un bosque sin árboles, y el espacio vacante que dejan es incapaz de llenarlo siquiera la memoria. Hace ya semanas que se llevaron 40 de recreo y 40 de pesca, y sólo quedan tres pequeñas barcas y un submarino para excursiones que nunca ha entrado en servicio, según los vecinos.
Al acercarse al mar, la mirada se clava en la superficie del océano bajo la cual ha surgido un volcán que tenÃa 120 metros de altura hace ya dos semanas, y que ahora habrá ganado más altura. Pero aún no lo demasiado para emerger, pese a que lleva ya un mes en erupción.
No hay lugar donde tomar un refresco o comer algo. Todos los bares están cerrados. Muy de vez en cuando se ve una puerta abrirse, con algún vecino que viene a por algunas pertenencias o pasar revista a su casa o empresa.
En las calles, algunos coches aparcados invitan a pensar que no es aún pueblo fantasma. A las 18.00 horas es cuando empiezan a salir los últimos vecinos, al paso de la patrulla de la Guardia Civil, que recorre las vÃas inspeccionando este codiano y melancólico desalojo.
“Yo vine con mi marido a echar de comer a los pájaros; esto es muy triste, nunca habÃa visto el pueblo asà tan desierto y triste, desde que hacde 50 años vine aquÃ, cuando eran cuatro casas”, afirma MarÃa, mientras unos gatitos maúllan junto a una vieja casa. “Les echamos de comer, son de una vecina, se ve que tenÃan algo de hambre, pues es una madre con unas crÃas”, explica, con cierta ternura.
A las 18.00 se ve un atisbo de alegrÃa: unos niños jugando en un parque junto a la avenida marÃtima. Quince minutos después, los enviados especiales de este diario, redactor y fotógrafo, ya reunidos en La Restinga, salen del pueblo, rumbo a El Pinar, esta vez en coche. Junto a la carretera, a la altura de Puerto Naos, sobre un promontorio, se agolpan periodistas, curiosos y algún vecino del pueblo, oteando el mar en busca de una burbuja, de algo llamativo, aunque ayer tampoco tuvieron premio.
“A ver si sale de una vez, sin hacer daño a nadie, y tenemos ahi un islote que atraiga al turismo de nuevo”, comenta un joven pinatero cámara en mano. Arriba, en El Pinar, espera el frÃo, la neblina y la incertidumbre de casi 600 vecinos de un pueblo costero que ahora vive en la cumbre, a más de 700 metros de altura, añorando el olor a salitre y a pescado.