EL DEBATE > LOS CANDIDATOS DE TENERIFE

Como en ‘La guerra de los Rose’ y un ‘voyeaur’

JUAN MANUEL PARDELLAS | Santa Cruz de Tenerife

Estos debates mejorarán cuando los políticos dejen de decidir hasta el color de los calzoncillos del moderador. Creo saber qué tiene la tele que todos la desean: sólo una frase que digan la escuchan tantas personas como las 100.000 del Nou Camp, lo que jamás conseguirían reunir en el mejor de sus mítines. El debate cumplió el guión: monótono, sin ritmo, sin discusión, sin confrontación de ideas. La acotación de franjas de tres minutos para los turnos permitió mejorar el ladrillo entre Rubalcaba y Rajoy.

El único que ganó de verdad fue el moderador, un Carmelo Rivero en lo mejor de su carrera profesional, que aleccionó a Campo Vidal cómo había que lidiar toros como éstos. De los candidatos, Ana Oramas jugaba con la ventaja de ser, con diferencia, la mejor que domina la oratoria política, la técnica televisiva y la que se llevaba más aprendida la lección. Se comió a Matos y a Segura, que no paraban de leer frases hechas. Su segundo de oro, mirando a cámara: “Un presidente se elige en una hora, a Canarias habrá que defenderla durante cuatro años”. El líder del PP confía demasiado en su elegancia. Ganaría hasta al parchís si no abriera la boca. No falla cuando machaca al PSOE con la desastrosa herencia económica y financiera que espera tomar, pero no vocaliza bien, se trastabilla con las frases que lee y, a pesar de tantos años en política, muestra un discurso inconexo e inexplicablemente nervioso cuando improvisa. Dedicó más tiempo a exigir a Ana Oramas disculpas que a explicar el programa del Partido Popular. Su mejor tiro a la nacionalista: “¿Cuánto tiempo más va a seguir mintiendo?” Segura es el mejor pronunciador de la letra erre de toda España. Demostró que la veteranía no está reñida con la defensa enérgica de las políticas sociales de estos últimos años, frente a los recortes que aplicará el PP. “Estoy viendo un debate entre dos opciones de derecha que han gobernado juntas durante 18 años”, le espetó a sus rivales. Fue la versión canaria de La guerra de los Rose, con el socialista de mero espectador.