El más socorrido de los consuelos hermeneúticos extraÃble de los calamitosos resultados del PSOE en los comicios del pasado domingo es señalar, por enésima vez, que han sido los socialistas los que han perdido las elecciones y no el Partido Popular quien las ha ganado. Es impresionante que, sin ganar las elecciones, la derecha haya obtenido 186 diputados. ImagÃnense si llegan a triunfar en las urnas. Este alivio postizo ya se utilizó cuando José MarÃa Aznar obtuvo sus dos victorias electorales, pero no recuerdo, en ningún caso, que nadie defendiera en el año 2004 que no habÃa sido el PSOE quien ganó las elecciones, sino que las perdieron los conservadores. En la raÃz de este análisis está la estrafalaria convicción de que la mayorÃa social en España es de izquierdas o, con mayor suavidad expresiva, es progresista. Y como prueba se aduce que la mitad de los cuatro millones de votos que perdió el PSOE respecto al 2008 son de ciudadanos que optaron por la abstención. Ciudadanos progresistas -según reza este piadoso argumentario – que, decepcionados por la deriva del Gobierno de RodrÃguez Zapatero e incrédulos frente a las admoniciones del candidato Pérez Rubalcaba, decidieron quedarse en casa. El corolario final que pretende reafirmar esta hipótesis es predecible: si esos dos millones de votos hubieran seguido su tendencia natural el PP no hubiera obtenido mayorÃa absoluta y no resulta descartable, incluso, que Alfredo Pérez Rubalcaba hubiera llegado a la Presidencia del Gobierno.
Y serán felices y comerán perdices (si Merkel les deja alguna).
Esta singular geometrÃa entre la realidad estadÃstica y el deseo ideológico no se sostiene. Simplemente un ciudadano progresista no se queda en su casa en una situación de emergencia económica y social que amenaza con la ruina colectiva. ¿Cómo conceptualizar como ciudadanos de izquierda a los que suscriben, en el mejor de los casos, un progresismo domiciliario? ¿Progresista un elector que ni siquiera se pronuncia por un veto testimonial contra la marea electoral de la derecha que, según todas las encuestas, estaba a punto de inundar el paÃs? Vamos, vamos. Un poco más de seriedad. Y mucha menos autocomplacencia. Porque la socialdemocracia, en este paÃs, como en toda Europa, incurrÃa en un suicidio cerril si continúa sin admitir su obsolescencia polÃtica, programática, ideológica, y en lugar de rediseñar su identidad y su estrategia sigue inventándose eslóganes que contradicen s praxis polÃtica y viceversa.