Recuerdo que siendo yo jefe de prensa del Obispado, pocos dÃas antes de un determinado encuentro diocesano preguntaba siempre al responsable del área cuántas personas pensaba que acudirÃan, cuáles eran sus objetivos y sus planes… Todo para hacer una nota de prensa que enviaba luego a los medios de comunicación.
Repasando el archivo me di cuenta un dÃa de que año tras año me contestaba lo mismo. Exactamente lo mismo. Que esperaban a 1.800 personas, que el objetivo era profundizar en… Hasta ahà puedo leer. Ese buen y eficiente hombre vive, aunque ya no es responsable de aquel trabajo. Al final decidà no llamarle más, actualizar el lema anual de la jornada por mi cuenta y confiar en que los 1.800 se pasaran por el acto o, por lo menos, que a nadie se le ocurriera contar.
Pues algo parecido me pasa con el DÃa de la Iglesia Diocesana, que hoy celebramos. Tengo la impresión de que siempre decimos lo mismo tal dÃa como hoy: que si la Iglesia más cercana, que si nuestra madre en la fe, que si en ella garantizamos la comunión eclesial, que si precisa de nuestro apoyo económico… Y todo eso es verdad, una verdad largamente acariciada por quienes nos sabemos diocesanos, que jamás agradeceremos bastante lo que a través de ella nos regala Dios. Otro topicazo que es mucha verdad.
Claro. Es que a estas alturas, ¿qué diremos ya que no hayamos proclamado? Pues quizá sea cuestión de callar ahora un poco y de hacer memoria de la propia historia personal. Allà donde siempre hubo un cura, donde una catequista estuvo cerca… Allà donde aprendà las oraciones más complicadas, las mismas que ahora comprendo y me dan vida. La importancia de ser solidario y de compartir. Recuerdo que allà me enseñaron a ser responsable, a comprometerme con alegrÃa. Y tengo muy vivo en la memoria el recuerdo de Ramón Padilla, uno de mis párrocos, que organizaba una oración a la Virgen antes de irnos a clase y que a mà me parecÃa un superhombre…
Siempre hubo Iglesia cerca de mÃ. Siempre me ha sostenido la Iglesia más cercana en las noches oscuras, y he tenido unas cuantas. Hoy sé, porque han pasado los años, que esa misma comunidad no es ni de lejos perfecta. Conozco a fondo varias de sus arrugas y me he deslizado yo por algunas. Con dolor diré que también en ella he descubierto el sufrimiento por las actitudes de algunos de los más cercanos. Imagino que a otros los habré hecho sufrir yo. Abiertamente lo digo, sin pudor y sin resentimiento.
Y lo digo sin esconderme y sin temer el escándalo porque no me avergüenzo de mi Iglesia más cercana y porque me sigue emocionando su capacidad para levantarse una y otra vez de su silla, con la intención de ponerse en marcha al encuentro de su Señor. Este Plan Diocesano de Pastoral es la última muestra de ello. Somos lo que somos, y no todo lo que somos es bueno, pero sabemos quién es el único bueno y hacia él caminamos. ¿Juntos? Esa es nuestra grandeza.
A estas alturas de mi vida creo que ya nunca escribiré pastelosos alegatos sobre el tema. Insisto, somos lo que somos. Y nuestra grandeza no está en lo que somos, sino en Dios mismo que nos habita y con nuestra mediocridad pinta un lienzo lleno de imprevistos por los que se va colocando su presencia y el anuncio de sus entrañas de misericordia.
Eso somos y por eso estoy orgulloso de mi Iglesia más cercana.