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Resveratrol: de la uva al corazón

   

DANIEL GARCÍA VELÁZQUEZ * | Santa Cruz de Tenerife

“¿Qué es la vida a quién le falta el vino, que ha sido creado para contento de los hombres? Regocijo del corazón y contento del alma es el vino, bebido a tiempo y con medida” Esta frase bíblica, llena de sabiduría, ya se citaba en el Libro del Eclesiastés. Aunque el alcoholismo siempre ha sido una de las peores plagas de la Humanidad, ha quedado probado que el consumo moderado de vino es positivo para la salud. Ya lo decía Cervantes: “El vino que se bebe con medida, jamás fue causa de daño alguno”.

A pesar de ser una bebida tan antigua como extendida en su consumo, no ha sido hasta las últimas décadas en que la ciencia médica comenzó a ocuparse de ella, estudiando los efectos beneficiosos de los compuestos de la uva. De los más de 200, quizás el resveratrol sea el más importante y estudiado. Fueron los estudios epidemiológicos pioneros del doctor Renaud (Inserm, de Burdeos y Lyon) los que hicieron concluir y aceptar a la comunidad científica las virtudes que poseía el vino. Fueron llamados los de la “paradoja francesa”, debido a que los franceses tienen tasas de colesterol en sangre muy elevadas (comen muchas grasas saturadas como mantequilla y quesos) y, en cambio, tienen los índices de mortalidad cardiovascular más bajos del mundo ¿Por qué? Muy sencillo, el pueblo francés es un gran productor y consumidor diario de vino.

El resveratrol es una sustancia natural polifenólica que se produce como defensa de las uvas viníferas ante la infección por hongos, y que se almacena en la piel (hollejo) de las mismas. Los polifenoles del vino, lo mismo que el ejercicio físico, aumentan la actividad y cantidad de compuestos en el organismo humano que intervienen en la regulación de la función vascular (circulación de la sangre), controlando la presión arterial, aumentando las defensas y evitando la agregación plaquetaria y la coagulación sanguínea. Incluso, estos polifenoles, sustancias que se encuentran en mayor proporción en vinos tintos, disminuyen la producción de una proteína que produce vasoconstricción, y juegan un papel importante en el desarrollo de enfermedades cardíacas, tales como isquemias, infartos de miocardio, embolias, etc.

Numerosos factores -hipertensión arterial, diabetes, colesterol, el humo del tabaco, el sedentarismo, la obesidad- provocan el envejecimiento de las paredes de nuestras principales tuberías, las arterias. Se ha comprobado científicamente que el consumo moderado de vino equivalente a uno o dos vasos al día, consigue que la sangre permanezca con un saludable contenido en grasas (lípidos): aumenta el colesterol bueno (HDL), protege a las arterias y reduce el colesterol malo (LDL), el que se adhiere a la pared de los vasos sanguíneos y puede formar trombos e infartos. Se reduce el riesgo de sufrir una enfermedad cardiovascular en un 25%, disminuye el riesgo de padecer Alzheimer y, además, está especialmente indicado en la prevención del cáncer de próstata. No obstante, el prestigioso cardiólogo Valentín Fuster, director del Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares (CNIC) y del Instituto Cardiovascular del Hospital Mount Sinaí de Nueva York, afirma severamente que el vino puede ser bueno para el corazón por su elevado contenido en esta sustancia química, el resveratrol, pero también puede ser malo, ya que el exceso de alcohol (etanol) en el organismo humano acelera el deterioro de los tejidos en cualquier órgano, y por lo tanto, la aparición de tumores. Así pues, el enlace entre la vitivinicultura y la ciencia es una unión de conveniencia, pero del mismo se pueden derivar los más refinados y, ¡además sanos!, placeres.
Si bien la penicilina cura a los hombres, el vino los hace felices (Alejandro Dumas).

*Doctor en Ciencias Químicas (Química Orgánica) ULL. Profesor de Ciencias en el Colegio Hispano Inglés