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Ateo navideño > Juan Henríquez

   

Trato de convencer a la familia y a los amigos, pero como que no me entienden, ¿saben? Se quedan recelosos de que no les estoy diciendo la verdad, y me da que piensan: “Éste se está quedando conmigo”. Y, créanme, al que se le pone una cara de belillo que ni te cuento es a mí. Trataré de convencerlo a usted, querido/a lector/a, a ver si me comprende. Intento convencerlos de que no soy creyente, o lo que es lo mismo, de que soy ateo, y de que, a pesar de que la Navidad tiene una connotación de carácter religioso, me siento bastante navideño durante la celebración de las fiestas, más largas que el Ramadán, con una diferencia, que, mientras los islámicos ayunan, nosotros nos jartamos como cochinos. ¿Me siguen el hilo?

Conviene matizar o aclarar el asunto, no vaya usted a pensar que soy un quedón. En realidad hago lo mismo que los católicos creyentes, pero al contrario. Quiero decir, que, mientras ellos/as (sin ir más lejos usted mismo podría ser un ejemplo) aprovechan la Semana Santa para irse de vacaciones a la playa o al monte, pasando tres pueblos de la muerte de Cristo y de la resurrección de Lázaro -¡no fumes más esa mierda, loco!, le decía el Soplao al padre Jerónimo-; … qué les iba diciendo…, que un servidor lo que hace es, salvo los actos religiosos, aprovechar todo el aspecto festivo que rodea a la Navidad, empezando por el sorteo del Gordo del 22, la cena de Nochebuena, el día de los Santos Inocentes, Fin de Año y festividad de los Reyes Magos. En mi caso prolongo las fiestas y celebraciones hasta mitad de enero. ¿Saben lo que pasa?, que termino como en el gimnasio, estirando músculos, o lo que es lo mismo, reduciendo el empinamiento del codo. Bueno, otro día se los explico.

¿Saben que no sólo intento vivir con intensidad la Navidad, sino que me esfuerzo para que la familia y los amigos se sientan a gusto y en armonía fraternal? Donde usted me ve, a fecha de hoy, 20 de diciembre, ya tengo hecho el árbol, colocadas las luces en el balcón, con los tres papás noeles (sic), colgando, y preparadas las banderitas para adornar el salón, que, a partir de hoy, se convierte en una especie de plaza popular donde celebraremos todos los festejos. También, viéndolas venir, me he comprado el jamón, antes de que tome posesión Rajoy, no vaya a ser que lo prohíba. Y, por supuesto, el vino tinto nuevo del país que no falte, comprado en La Matanza. Por cierto, cada vez que suena el villancico de “pero mira cómo beben / los peces en el río…”, ¡catarrián!, vaso vino que te pego. Este año preparamos cubiertos para doce, ¡qué casualidad!, ¿verdad?, coincidiendo con el número de apóstoles que acompañaron a Jesús en la última cena, claro que en la nuestra no se sienta ningún Judas; no están invitados. Son fiestas para perdonar viejas rencillas; a mí me da por llamar la Nochebuena a todo el mundo por teléfono y pedir perdón, no sé por qué, pero quedo del diez; me responden que no tienen nada que perdonarme, que soy bueno como el pan (¿del día o duro?, me pregunto). Ustedes sí que deben perdonarme. Prometo que el año que viene aprenderé a escribir. ¡Feliz Navidad!

juanguanche@telefonica.net