... y no es broma > Conrado Flores

Banderas > Conrado Flores

El asunto de las banderas es muy interesante. Hay quienes las adoran y las llevan en pulseras, camisetas y llaveros, y hay quienes les tienen el mismo apego que un vampiro a un crucifijo. De un modo u otro, es innegable que, independientemente del grado de representatividad y de identificación de las diferentes comunidades que conformen un estado, pocos elementos de un país son tan reconocibles como su bandera. Como para todo hay solución, aquellos colectivos de personas a los que no les gusta su bandera -o la nacional se les queda corta – se hacen una propia. Por colores y formas que no sea. Desde las dos tibias cruzadas y la calavera blanca sobre fondo negro de los piratas que antaño surcaban los mares, a la del movimiento gay, que con sus colores del arcoíris, es una de las más estéticas que existen. En el mundo hay tipos de banderas para todos los gustos. Recomendaría elegir los colores con cierto cuidado porque, entre otras cosas, el color de la bandera va a condicionar el diseño de los equipajes deportivos de tu país. Si juegas al fútbol y tu bandera es negra con una franja verde ya te puedes ir preparando para parecer una berenjena con botas. Estoy seguro que alguna bandera no sería tan hortera si el tío que la diseñó hubiera consultado a su mujer. A tener en cuenta es el caso de Liberia, Malasia y Estados Unidos. Te pido que le eches un vistazo a las tres y me digas a quién cabe denunciar por vulneración de derechos de autor. Otro capítulo es el de las estrellas, su tamaño y su número. Si fuera un líder político no sabría qué es mejor: una sola estrella de gran tamaño o un montón de ellas más pequeñas. Menudo dilema. Marruecos tienen una, Panamá tiene dos, Burundi tiene tres, Nueva Zelanda tiene cuatro, y así sucesivamente hasta Estados Unidos que, para no ser menos que nadie, tiene cincuenta. ¿Son las banderas tan peligrosas como dicen algunos? Yo no la veo como una amenaza ni tampoco me la echo al hombro cuando España gana un mundial. Aunque es cierto que si uno ojea los libros de historia se queda temblando con las cosas que el hombre ha hecho mientras agitaba ese trapo.