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Copa de África 2012 > Rafael Muñoz Abad

Lo cierto es que por muchas razones que no vienen a cuento uno no es un gran seguidor del fútbol. Aun así y nunca mejor dicho, la actualidad impone arbitraje; viendo necesario en esta columna africana acordarme de su campeonato de balompié. Evento esférico que revoluciona a los africanos y que en esta ocasión organizan Gabón y Guinea Ecuatorial.

Anticipándoles que afortunadamente para ustedes y para mí estoy lejos de cualquier análisis futbolístico o táctico, haré derivar esta columna por otros derroteros. En términos históricos, Guinea fue colonia española hasta antes de ayer; pero lo cierto es que nuestras señas de identidad son cada vez menos apreciables. La página oficial del campeonato está en francés y no da muestras de aparecer en castellano. Primer diagnóstico que revela que la presencia española en la antigua colonia es cada vez más diluida. Y es que los intereses de los holdings franceses del petróleo ya han terminado de desplazar al Instituto Cervantes en Malabo o Santa Isabel.

Es cierto que no son pocos los futbolistas de su selección, algunos de ellos de cierto renombre, que se han formado y residen en España; recordando ahora a algún locutor de radio los resultados y citar a Guinea como la nuestra: la roja de África. En ambos países el torneo ha sido posible gracias a las rentas que genera la extracción del petróleo.

En el caso de Guinea, el populismo del tito Obiang se resume en usar la efervescencia que el fútbol genera en los corazones de los guineanos para vilmente apoderarse del espíritu nacional, y reconducirlo realimentando la grandeza de su efigie como dueño, líder y señor del terruño.

La otra cara igualmente discutible desde el prisma ético y moral de la Copa de África es que los hoteles de Libreville o Malabo están repletos de ojeadores de media Europa. Un tropel de cazatalentos ávidos de hacer el negocio del siglo con el nueve de Ghana o Zambia; con el buen deseo de hacer realidad el sueño de muchos jóvenes en forma de un contrato profesional en El Dorado de las ligas europeas; en resumidas cuentas, un mercadillo de piernas donde las comisiones vuelan. Tratantes del fútbol cuya imberbe mercancía se mira en el espejo de Drogbá o Eto’o. Aún recuerdo la proa de algún cayuco con un crío de mascarón cuyo único equipaje físico era una camiseta del Inter. Anhelo de una vida mejor.

Y es que echar un vistazo a los clubes franceses, belgas o portugueses nos revela una nómina donde las nacionalidades africanas no hacen sino corroborar los estrechos lazos comerciales que algunas antiguas metrópolis aún tienen con las que hasta hace bien poco fueron sus colonias. Padres que llevan a sus hijos a hacer una prueba con el Olympique a ver si hay suerte y el chaval retira a la familia.

Por cierto, los entrenadores europeos que timonean las selecciones africanas continúan con su paternalista y rancio discurso: los africanos son entusiastas pero les falta disciplina para triunfar.

* Centro de Estudios Africanos de la ULL | cuadernosdeafrica@gmail.com