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De rebajas, en El Corte Inglés > José Carlos Alberto Pérez-Andreu

Ni yo, ni los más antiguos empleados de El Corte Inglés, habíamos visto tal marabunta en unas rebajas desde los mejores tiempos de Galerías Preciados. Lo del pasado sábado, día 7, en Tres de Mayo fue un asombroso escándalo comercial. Un lleno casi absoluto, mucha gente histérica, bullicio y una falta de respeto de unos compradores a otros (e incluso hacia los dependientes) conformaban la definición perfecta de lo que se supone un éxito rotundo en la campaña de rebajas. Aquello ponía de manifiesto que El Corte Inglés, sin lugar a dudas, se ha convertido en punto de encuentro no sólo de los chicharreros, sino de una ingente cantidad de personas que se dieron cita el día de marras provenientes vaya a saber usted de qué parte de Tenerife. Yo, como un mago más (que soy), bajaba de Guamasa sobre las siete y media de la tarde a cambiar unas cositas y me tuve que tragar una cola en la autopista que no llegaba a la curva de Vultesa de milagro.

La cola de tráfico, aunque parezca mentira, fue la única que hice aquella tarde. Dentro de El Corte Inglés no había colas; la masa humana lo iba arrasando todo a su paso y sin piedad. Entre prendas que se pasaban por los aires de mano en mano, empujones velados entre pijas y caras totalmente desfallecidas de los empleados a punto de lipotimia, se extendían kilómetros de espléndida ropa (hecha un desastre) por los suelos. Yo, mientras observaba las estanterías totalmente vacías, iba sorteando aquella ropa amontonada por los lugares más inverosímiles. Como posesa, la masa pasaba y cogía una prenda del expositor, la observaba y sin dejar de andar la lanzaba al infinito para seguir su camino errante. En un momento sentí que estaba rodeado de Godzillas hambrientos. Me acojoné. La única camisa que tenía que cambiar (y encima por una talla más, porque estoy bastante más redondo de lo que debiera) era misión imposible sin un dependiente. Tras un agónico deambular lo logré. Allí estaba él: pálido, despeinado, con un ligero tufo a sudor. Intentando no pisar la ropa que representaba, y con un probador atorado de camisas y perchas, procuraba ponerme la mejor de sus sonrisas para saludarme con un terriblemente irónico buenas tardes.

Conclusiones saqué unas cuantas. La primera es que no vuelvo a la inauguración de unas rebajas a no ser que necesite productos de primeros auxilios. Dos, que crisis sí, pero no. Y tres, que tras ser declarada Santa Cruz como zona de gran afluencia turística y poder liberalizar los horarios, el ayuntamiento está tardando en articular más, y mejor, resortes para dinamizar el pequeño comercio y que pueda competir en mejores condiciones que las actuales. Por el beneficio del tejido comercial y de los vecinos, porque comprar, y a mí me quedó clarísimo el pasado sábado, ¡vamos que si se compra!

josecarlosalberto@gmail.com | @jc_alberto