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Déjate de sermones de curas > Carmelo J. Pérez Hernández

Sermoneas más que un cura. ¡Déjate de sermones de curas! Las dos expresiones forman parte de ese depósito en el que el lenguaje popular acuña lo que la mayoría del pueblo cree y experimenta. Pues eso, que muchas homilías han debido ser padecidas más que escuchadas para que la palabra sermón haya acrisolado cierta carga negativa.

Siendo honestos, a nadie le sorprende en demasía que así sea. Siendo muy honestos, a los hombres y mujeres de Iglesia nos sorprende menos que a nadie: somos testigos privilegiados de cientos de mañanas y tardes de fiesta perdidas -¡sí, perdidas!- al sopor de un alegato deshilvanado, crudo, exento de profundidad, vacío y barroco.

¡Cuántas misas solemnes, algunas con nombre y apellidos, que propios y extraños temen más que a una arenga de Fidel Castro por el desbarre al que el predicador se entrega con total desprecio al respeto debido a la feligresía y al acto sagrado mismo!

Seis minutos, más o menos, es el tiempo que puede una persona mantener la atención a un discurso asimilando bien lo que escucha. Pues no. Muchos de nosotros nos entregamos a sonoros panegíricos por tiempo indeterminado, nunca menos que el triple de esa cantidad, por aquello de que es fiesta solemne, de que soy un cura invitado, de que es domingo, de que soy un obispo, un vicario, un delegado… Y no solo curas, seamos ecuánimes, que también hay seglares locuaces a los que se les cede la palabra y se cobran en un día sus silencios de 20 años.

A pesar del cierto tono de broma empleado hasta ahora, lo peor de todo esto es intuir la decepción de quienes esperan una palabra de aliento, un mensaje en nombre del Señor, un consuelo… y se van defraudados de nuestras reuniones porque sólo les hemos dado más de lo mismo.

Y lo mismo suele ser más de nuestras pequeñas batallitas comunitarias; más de los tímidos proyectos con los que alimentamos nuestro ya orondo ombligo, ése que tan a menudo nos miramos; más de nuestros cansinos argumentos para permanecer allí donde hemos hallado el descanso, en lugar de salir a ver qué hay ahí afuera y qué podemos aportar…

“¿Qué es esto? Esto es algo nuevo”. Eso dijeron de Jesús quienes le oyeron y le vieron en la sinagoga de Cafarnaún. Y por eso “su fama se extendió enseguida por todas partes”.

Somos hijos, discípulos nos llamamos, de un Dios que es sorpresa, que es imprevisible en su amor, que no habla para mantener la tradición sino para adelantar el futuro. Somos seguidores de un Dios que es novedad permanente, la palabra más esperada por la Historia, el gesto más ansiado por la humanidad. No sólo nuestros discursos, nuestros sermones, sino nuestro ser entero debieran ser reflejo de este Dios que trae palabras nuevas, actitudes que hacen despertar y ponerse en marcha.

Profetas somos en ese sentido, se nos dice en la primera lectura de hoy. Esos que Dios envía para servir de puente, de intermediarios que abren puertas a la fe con lo que dicen y lo que hacen.

¿De esos somos? No perdamos la esperanza. La puesta en marcha del nuevo Plan de Pastoral abre un camino para que, si no lo somos, al menos en el empeño por conseguirlo estamos. ¿O no?

@karmelojph