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Drama, comedia y farsa > Francisco Pomares

La cultura canaria carece de una tradición teatral que se equipare, por ejemplo, a la que disfrutan los británicos, los suecos o los franceses. Nuestra literatura se ha inclinado más por la novela y la poesía que por el teatro. Así ha sido así hasta el extremo de que los teatros que lograron sobrevivir en los años setenta a las palas mecánicas de la especulación inmobiliaria, acabaron durante la siguiente década convertidos en Bingos. El teatro como oficio es hoy una empresa en franca decadencia.

Alguna vez me he preguntado por las causas de la ausencia de respaldo al teatro en nuestra cultura, y esa curiosidad es la que me permite aventurar una teoría posiblemente heterodoxa.

Yo creo que el teatro sirve para satisfacer necesidades humanas, bien el mero entretenimiento -el circenses romano- u otras más profundas, como sucedía durante la Grecia clásica con la catarsis: liberarse de los miedos y angustias existenciales escenificándolos…

¿Qué ha ocurrido, entonces, para que nuestra cultura contemporánea -de pasiones tan tremebundas como las de los griegos- se incline tan poco por el teatro? Propongo sin voluntad de crítica que en una cultura subvencionada como la nuestra, untar a los teatreros sale más caro que a los diseñadores. O quizá sea que la política canaria nos ha ofrecido siempre suficientes dramas, comedias y tragedias sin tener que pasar por taquilla. Nuestra realidad cotidiana no es la ordenada y aburrida realidad de británicos o suecos: nuestra existencia contiene tantas dosis de dramatismo y de farsa que es comprensible que no apetezca andar buscando todavía más por esos escenarios.

La teatralidad de nuestra vida pública, que en esta región alcanza el paroxismo, ha permitido que la clase política nos ofrezca todos los géneros, desde el teatro del absurdo hasta la comedieta bufa, y todos los argumentos, desde vodeviles de amor no correspondido (las relaciones Soria-Rivero serían un ejemplo) hasta malos guiones de suspense (la anunciada desaparición del grupo parlamentario nacionalista), y todas las interpretaciones posibles, desde el recitado coral de los negociadores hasta el registro cacofónico-apocalíptico de las últimas declamaciones sobre la supresión de la bonificación a las tasas aéreas. Todo puro teatro. Eso sí, con muy escaso éxito de público y de crítica.

Y es que además de ser obra muy vista, falla estrepitosamente el reparto.