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El mundo al revés > Francisco Pomares

En una enjundiosa entrevista concedida el martes a Alex Grijelmo, director de la agencia Efe, Mariano Rajoy se despachó como un decidido defensor de la imposición directa, de la capacidad del impuesto de la renta para nivelar desigualdades, y rechazó de plano una nueva subida del IVA “porque afecta igual a todos los ciudadanos y supone un aumento de los precios”.

La verdad es que el nuevo mundo este de la crisis le deja a uno bastante patidifuso: que el Gobierno socialista de Zapatero optara por subir el IVA -que pagan igual todos los ciudadanos, tengan la renta que tengan- en vez de subir el IRPF, en el que se paga en función de los ingresos de que uno dispone, ya fue bastante raro. Que ahora Rajoy se descuelgue defendiendo lo que han dado en bautizar como “el esfuerzo solidario de los que más renta perciben”, resulta cuando menos chocante. Y que el PSOE acuse al PP de engañar a los españoles por subir los impuestos sólo contribuye a la confusión reinante, a la creciente percepción de que en esta crisis no hay una agenda de izquierdas y una agenda de derechas, sino una suerte de ¡sálvese quien pueda! en la que los políticos optan por hacer lo que se puede hacer, sin preocuparse demasiado de consideraciones formales o paparruchadas ideológicas.

Es cierto que la crisis ha reducido muchísimo los márgenes de actuación: la ausencia de recursos enraiza las políticas en el terreno de lo posible. Pero la confusión comenzó ya antes de la crisis, cuando el país ataba los perros con longaniza y parecía que la fiesta sería eterna: Zapatero aplicó políticas populistas, que nada tenían que ver con un programa progresista o un proyecto de izquierdas. Sus corifeos decían que le inspiraba el republicanismo de Petit, pero aquel cheque bebé que se pagaba igual a los nietos de los obreros y a los nietos de Botín, o aquella tontería de la devolución de los 400 euros urbi et orbi fueron sólo un par de muestras de una política oportunista y sin apellidos ideológicos.

Ahora nos toca ver a una derecha que sigue proclamándose liberal, pero se dedica a cantar las excelencias del impuesto progresivo, la redistribución de la renta y que paguen más los que más tienen. Antes de la crisis podíamos pensar que estas cosas eran manifestaciones de la posmodernidad. Ahora al menos cabe escudarse en que, si ocurre lo que ocurre, si andamos con este despiste, es porque el último duro que se vio suelto en el país fue en el estreno de Gran Torino.