retiro lo escrito > Alfonso González Jerez

Festivaleros > Alfonso González Jerez

Oye, un festival ahí y tal.

-¿Y a quién traes?

-Con dos cojones traigo a Elvis, es más, ya lo tengo medio apalabrao.

-Entonces convocamos ya la rueda de prensa.

-Estás tardando, colega, estás tardando.

Pocas horas después de anunciar que las entradas se pondrían casi de inmediato a la venta, la promotora de Bruce Springteen en España, Doctor Music, se ha apresurado a explicar que, en efecto, se está negociando un concierto de The Boss en Las Palmas, pero que no hay nada totalmente cerrado. Tal vez parcialmente tampoco.

Este notición cultural se filtró hace mes y medio por el entorno del señor Bravo de Laguna, presidente del Cabildo de Gran Canaria -yo ignoraba que el señor Bravo de Laguna dispusiera de un entorno más allá de su caballeroso bigote- y desde entonces ha circulado por todos los rincones analógicos y digitales del Archipiélago.

El caso del hipotético macrofestival en Santa Cruz de Tenerife, bautizado con pompa magufa Rock Coast 2012, es todavía más chanante. Ha sido presentado públicamente con gran profusión de medios, cámaras y autoridades políticas antes de confirmar un solo músico en su inexistente cartel. Ni uno solo, lo que no ha sido obstáculo para que los promotores avancen que el público asistente ascenderá a más de 100.000 personas y que la convocatoria dejará nada menos que 20 millones de euros en Tenerife, sin necesidad, por supuesto, de argumentar técnicamente ninguna de las prodigiosas cifras expuestas.

Los grandes conciertos y festivales de música pueden defenderse, incluso en tiempos de penuria, como instrumentos dinamizadores de la actividad económica de una ciudad, un municipio o una comarca, pero no obviando, bajo una grotesca exaltación propagandística, la realidad socioeconómica y cultural en la que pretenden insertarse y prosperar.

En Canarias los festivales se han transformado, en la última década, en cornucopias que prometen experiencias excepcionales, valores promocionales insólitos y plusmarcas de asistencia y proyección internacional, siempre con la complacida complicidad financiera y publicitaria de las administraciones públicas.

Las mismas administraciones públicas que buscan coronar sus testas con laureles festivaleros, aunque más de un 45% de la población juvenil esté hundida en el desempleo y no exista en canarias un circuito musical medianamente consolidado y sea un milagro mantener apenas media docena de salas de conciertos abiertas en las islas.

Las mismas administraciones que asisten, impertérritas, a la extinción del Festivalito en La Palma o de Miradas Doc en Tenerife: ni la operatividad de las infraestructuras culturales ni la potenciación de una auténtica industria cultural en Canarias les importan un higo-pico.