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La carpintería de ribera y su potencial patrimonial

Salinas de Puerto Naos, en Arrecife, la capital de Lanzarote en los años 1949-1950. / ARCHIVO FEDEC

SEBASTIÁN HERNÁNDEZ GUTIÉRREZ * | Santa Cruz de Tenerife

En la última semana del mes de septiembre de 2011 se hizo pública una resolución sobre el futuro de Puerto Naos, el muelle de servicio de Arrecife, la capital de Lanzarote. Dicha resolución vino a poner fin a un estado de incertidumbre y debate que afectaba muy directamente a los usuarios de esta histórica instalación náutica, los cuales no veían con claridad el futuro, y temían por el peligro de ver desaparecer no sólo su medio de vida, sino algunas referencias existenciales que les habían acompañado desde su nacimiento. La resolución indicaba que la Autoridad Portuaria de Las Palmas había adjudicado a la empresa Puerto Calero la construcción y explotación en régimen de concesión de dominio público durante los próximos 30 años del puerto deportivo de Arrecife, en la dársena de Puerto Naos.

Estamos, por tanto, ante la inminente transformación de un punto del litoral de la isla de Lanzarote; una isla especialmente sensible con los asuntos que tienen que ver con la mar habida cuenta la íntima relación mantenida con ella desde tiempos inmemoriales. Una transformación que, además de modificar el litoral a tenor de lo proyectado para la operatividad de la vanguardista instalación portuaria, obligará al desalojo de algunas instalaciones ancestrales en las que se practica un oficio tan vinculado a la esencia marinera de las Islas Canarias como es la carpintería de ribera. Este oficio se da cita en Canarias desde la mismísima Conquista, pues la pesca se establece como una labor complementaria a la del agricultor, y muchas personas, en casi todas nuestras islas, se entregaron a tiempo parcial o total a la captura de peces destinados a cubrir la dieta alimenticia. Además, el Archipiélago, por su ubicación en el Atlántico, empezó a explotar a partir de 1492 su condición de punto de avituallamiento y reparación de las naos que cubrían travesías oceánicas. Todo ello favoreció la existencia y proliferación del oficio de carpintero de ribera, al requerirse el uso de barcos, lanchas y otros útiles que mostraran cierto grado de flotabilidad; un oficio que como especialidad comporta la presencia de una serie de oficiales que cumplimentan lo que es la realización o reparación de un barco. Así, popularmente el término carpintero de ribera, acoge también a las acciones del calafate, que sin ser lo mismo son vistas como igual por el grueso de la población. El oficio entró en barrena desde la aparición del vapor y los adelantos tecnológicos aplicados a los artefactos náuticos han precipitado la desaparición de unos sistemas de construcción naval que tenían como materia base la madera. El hierro, primero, y los plásticos, posteriormente, han resuelto el abandono de la madera, y por ende han acelerado la caída mayoritaria del oficio. Todo ello con ser verdad, es sólo una verdad a media, pues en Canarias aún sobrevive un puñado de carpinteros de ribera que luchan contra viento y marea, nunca mejor dicho, por mantener a flote las esencias del oficio, aún cuando la madera no sea la materia prima base. Gentes, la mayoría, contagiados por el romanticismo de la nostalgia, que intenta mantener una tradición y una sabiduría que está envuelta en el olaje del falso progresismo que sabe muy bien parapetarse detrás del vocablo sostenible. Es el caso de los herederos de Tito, el último gran maestro de Arrecife, quienes ahora se sienten amenazados por la inminente transformación que sufrirá Puerto de Naos y el Charco de San Ginés.

Este grupo de carpinteros de ribera, junto con otros de esta misma isla como Fredi Tabares y Agustín Jordán, o los pocos existentes en Valle Gran Rey de La Gomera, los astilleros de Las Palmas de Gran Canaria, o las docenas de pescadores que hacen, eventualmente, las veces de carpinteros a falta de verdaderos profesionales en cualquier refugio pesquero de nuestras isla (Mogán, Los Cristianos, San Andrés, Agaete, Puerto de Santiago, El Pris, El Cotillo, Tazacorte, La Restinga…), conforman un grupo humano que mantiene latente una tradición que está en vías de extinción, enterrándose con ella un conjunto de sabidurías que debería ser perpetuado no sólo por ser parte de nuestra cultura, sino por las posibilidades reales que tiene para proyectarse como una acción de futuro como así lo ha puesto de relieve muy recientemente la FAO.

Con este ánimo el Cabildo de Lanzarote, a través de su Servicio de Patrimonio Histórico se ha embarcado en la aventura de declarar Bien de Interés Cultural el oficio de carpintero de ribera en la categoría de Patrimonio Etnográfico. Una propuesta que ha iniciado, por ahora, su recorrido, pero que esperamos por el bien de todos que llegue a buen puerto, ya que Canarias debería comportarse como una comunidad ejemplar en el tratado de su herencia cultural.

*Profesor de Historia del Arte de la Universidad de Las Palmas