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La mirada de Chaves Nogales > Rafael Alonso Solís

En los primeros números de Cahiers du Cinema, la revista fundada por André Bazin y en la que comenzaron a destilar su amor por el cine Chabrol, Truffaut o Godard, se solía hablar de Bogart como del “hombre que tenía un pasado”. Se trataba de la percepción del aura sutil que ciertos actores transmiten cada vez que miran. No hace falta, siquiera, que miren a la cámara, basta con que lo hagan en alguna dirección, aunque sea a lo lejos. O que miren a ninguna parte, que es una forma de hacerlo hacia dentro. Es la mirada que refleja un mundo oculto, del que se muestra solo un fragmento, que deja sospechar solo un aspecto superficial, y que invita tanto a traspasar la pantalla, a arrancar la cáscara, como a respetar la privacidad. La misma mirada que puede apreciarse en cualquier gran actor o actriz, cuando es capaz de mostrarnos la inmensidad del universo a través de la simplicidad de un gesto, de un atisbo de sonrisa, de un instante de turbación o una mueca de hastío. Tomo el ejemplo, sin embargo, para llamar la atención sobre un escritor que parece haber alcanzado la fama más de medio siglo después de su muerte en el exilio. En las pocas fotografías que aún se han publicado sobre él, esas que suelen aparecer en las solapas de sus libros, se puede apreciar que Manuel Chaves Nogales miraba a las cosas con la seriedad y el respeto con que se mira cuando se hace a solas, sin conformar ningún gesto artificial que garantice la reproducción del lado bueno del rostro. Y es esa misma mirada, ligera de equipaje, casi desnuda, la que parece posar sobre el mundo que le tocó vivir, la que fue capaz de echar en derredor en medio del final doloroso de una guerra civil o del transcurrir de una contienda mundial. La mirada de un periodista capaz de decir lo que pensaba con la economía lírica de la información, de conjugar una gramática de la vida real al mismo tiempo que todo sucedía a su alrededor, pero con la distancia incorpórea que permite mirar sin colores prestados, sin servidumbre ideológica y sin inclinar un ápice el espinazo por sumisión o, siquiera, cortesía. Resulta inevitable, al hacer esta evocación en Canarias, caer en la cuenta de la coincidencia del apellido con la de otro innombrable, tal vez el contrapunto vulgar de esa manera de mirar, el ejemplo untuoso que parece llenar la pluma con tinta de recuelo. La moda de Chaves Nogales ha traído también la de pretender haber sido el primero en redescubrirle. Hay que agradecerle a otro magnífico narrador -Andrés Trapiello- el regalo de haberlo hecho en Las Armas y las Letras, al mirar también de esa manera hacia el pasado cercano, y devolvérnoslo con el respeto de quien se siente parte de él.