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La perdida reputación de España > Enrique Arias Vega

Hasta los Juegos Olímpicos de Barcelona, en 1992, muchos norteamericanos se preguntaban qué país de Sudamérica era España.

Tras el espectacular éxito de los Juegos, el rápido crecimiento económico de aquella época y la agresiva política internacional de José María Aznar, España se afianzó como un importante país emergente con personalidad propia.

Luego, claro, han venido los años del errático rumbo exterior de Rodríguez Zapatero, que nos han resituado en el territorio diplomático de Evo Morales, Hugo Chávez y otros políticos de dudoso prestigio.

Si a eso se añade el desplome de nuestra economía y su récord mundial de parados, el peso político de España ha caído en picado.

Sólo el éxito de los deportistas de este país -Nadal, Gasol, Alonso, Iniesta y compañía- y la masiva presencia de jubilados europeos en nuestras costas han evitado una mayor caída de la notoriedad de España. Eso es lo que hay que remontar. Y hay que hacerlo, además, a pesar de la confusión generada por tantas embajadas regionales y tanta propaganda autonómica, que, en competencia con la debilitada marca España, han liado a turistas y a posibles clientes de nuestros productos.

De ahí la propuesta del ministro del Gobierno del PP García Margallo de aunar legaciones y remar todos en la misma dirección. Pero no resulta fácil, ya que hacerse una reputación cuesta toda una vida, mientras que para perderla basta un minuto.

Hay que volver, pues, a ser los socios privilegiados de Merkel y Sarkozy, a potenciar nuestras empresas multinacionales, a no ocultar el nombre de España y, sobre todo, a generar noticias económicas positivas, que buena falta nos hace.