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Los cien euros del turista > Jorge Bethencourt

Un turista llega a un pequeño pueblo de la costa y aparca el coche ante un pequeño hotel. Entra y le dice al recepcionista que quiere la mejor habitación. Deja una fianza de cien euros y sube, acompañado de un trabajador del hotel, para examinar la suite junior que le han ofrecido. El recepcionista, confiado en que se va a quedar, aprovecha que han entrado cien euros en una caja con telarañas (hay una crisis terrible y hace un mes que no llega un cliente) y llama al proveedor de carne para abonarle los cien euros que le debe. El carnicero se acerca, feliz, cobra su dinero y al regresar al negocio pasa a ver al ganadero que le surte y le abona los cien euros que le debe por encargos anteriores. El ganadero, tras cobrar, se acerca a la tienda del pueblo y paga cien euros que debía por el suministro de material para la finca. El tendero, tirando voladores, coge los cien euros y se acerca al bar para encontrarse con una prostituta a la que le debe varios servicios y le paga con los cien euros. Y la bella señorita, rauda, se acerca al hotel y le entrega al recepcionista los cien euros que le debe desde hace meses por el alquiler de una habitación para un trabajo.

Al cabo de unos minutos, el turista baja. No le gusta la habitación. Le devuelven los cien euros, coge el coche y sigue su viaje.

El divertido relato de Truthseeker (publicado en The Guardian) muestra gráficamente cómo una aportación coyuntural de fondos puede saldar las deudas internas de una economía. Pero tiene graves fallos. La venta de bienes y servicios que captan capital externo (la habitación) y la inyección de liquidez (los 100 euros del turista) sólo funcionan si son sostenibles. El ganadero, el carnicero, el tendero, el hotelero y la hetaira no podrán distribuirse renta entre sí, proveerse de bienes y servicios, sin la existencia de un cliente que ponga los cien euros dentro del ciclo económico.

En la vida real, el que deja 100 euros en la recepción pide luego que le devuelvan 110. Son los intereses de los créditos. La única manera de impedirlo es tener el hotel ocupado. Puede ocurrir que cuando el recepcionista coja los 100 euros, un funcionario del ayuntamiento se los quede como pago por un impuesto. Pero ese ya es otro chiste que se llama España.

Twitter@JLBethencourt