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Lugar con sol eterno

Dos turistas observaban ayer los acantilados desde el mirador, uno de los sitios de parada obligatoria para el que desee contemplar una de las bellezas de Tenerife. / N. D.

NICOLÁS DORTA | Santiago del Teide

Antes de 1960 Puerto de Santiago era un lugar alejado, poco conocido, tierra de fincas y de pescadores. Cuatro casas en torno a una pequeña playa donde se desembarcaba el pescado y a la Virgen del Carmen en procesión. En esta década, los espectaculares acantilados definirían años más tarde el presente y el futuro de la zona. Mientras, a la playa de Los Guíos se iba a bañar la gente del Norte en verano, sobre todo de La Orotava, Los Realejos o Icod, una costumbre que aún perdura y que se hizo extensible a playa de La Arena. Y es que desde Santa Cruz a Santiago del Teide se llegaba por el Norte, una auténtica odisea de hasta cuatro horas. Las carreteras eran terribles. Pero la inversión y las ideas del madrileño Manuel Capdevielle San Martín cambiaron todo. Esta persona fue fundamental para desarrollar Los Gigantes y sus alrededores.

Los acantilados fascinaron a Capdevielle que creó la urbanización Acantilados de Los Gigantes, declarada Centro de Interés Turístico Nacional en 1964. También diseñó el primer folleto en español, francés, alemán, inglés.

Según la revista el Chinyero, un importante instrumento divulgativo creado por el colectivo Cultural Arguayo, a Capdevielle se le puede considerar el pionero del turismo en la Villa.

Hoy han cambiado mucho las cosas, Los Gigantes, se ha convertido en uno de los atractivos más importantes de Canarias y de los lugares más visitados de España. Sus calles demuestran como los vecinos se han adaptado a los extranjeros. Incluso hay muchos turistas que se han quedado a vivir allí, fascinados por el sol, eterno, por los alisios que permiten bañarse todo el año en unas aguas donde campan a sus anchas los delfines y las ballenas. Otro de los planes parciales importantes fue el hotel Los Gigantes. El empresario Ángel Piñeiro tomó la iniciativa asumiendo el riesgo en este lugar lejano. Se construyó en dos fases, en 1967 y en 1973, cuando acudieron los entonces príncipes don Juan Carlos I y doña Sofía. A los largo de su existencia, por el hotel han pasado diferentes personalidades de la vida política y cultural española. Posteriormente vendrían los apartamentos, los adosados y otros hoteles.

Las calles de Los Gigantes confirman una importante zona comercial. En las inmediaciones del muelle deportivo existen numerosos restaurantes y tiendas.

Se venden excursiones para avistar los delfines, cursos de buceo, paseos en kayak hasta Teno. Se respira una vida de convivencia entre extranjeros y residentes. Sigue viva la curiosidad de los acantilados que despierta un lugar con tiempo privilegiado.

La reapertura de la playa de Los Guíos ha vuelto a dar vida a los comerciantes de la zona. Lo pasaron mal tras su cierre por el fatal accidente que costó la vida a dos personas.

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“El mar es mi elemento”

Hay sitios donde no se oye hablar español y tampoco hace mucha falta. En Los Gigantes se da esta circunstancia que no resulta extraña para sus habitantes. Alemanes e ingleses han hecho de esta zona su segunda casa o su único hogar, como pasa con Gunda Schweizer, que lleva 37 años aquí. Es conocida en todo el pueblo, querida y respetada. Por supuesto, habla español, pero conserva las costumbres germanas, como al comida. “Prefiero hacer mis cosas”, dice, “me gusta la comida canaria, como el conejo en salmorejo, pero no toda”, añade.

Gunda vino con su marido a Los Gigantes para montar una academia de buceo en el famoso club Oasis, que era el centro de ocio de muchos vecinos y actualmente sigue en funcionamiento. Luego trabajó en administración hasta que se jubiló. En 1971 compró un apartamento que conserva hasta hoy. Se ha adaptado perfectamente a la vida de aquí, de hecho no quiere estar en otro sitio. “Cuando me muera no quiero que lleven a Tamaimo, sino que extiendan las cenizas en el mar, para mi es un elemento muy importante”, comenta.

Alguna vez Gunda ha pensado volver a su tierra pero se queda aquí por sus dos hijas a las que ha criado. Ahora trabajan y viven en la isla. Gunda confiesa que hay muchas familias alemanas en Los Gigantes aunque afirma que hay más ingleses. Unos pasan seis meses aquí, sobre todo en invierno y en verano vuelven a sus casas. “Cuando llegué sólo estaba el hotel Santiago y pocas casas, ahora ha crecido, ha cambiado”, dice Gunda. Esta alemana confiesa tener muchas amistades que le ayudan al día a día. Está acostumbrada “a la vida de aquí”, “no sé que haría si regresase otra vez a Alemania”. Tiene una pequeña oficina en el edifico Pecker, otra de las construcciones pioneras.

Gunda despide en alemán a unos amigos y atiende en español a la cartera. “Es una persona maravillosa”, la define.

Se sienta en el sol para calentarse un poco el cuerpo. Sufre de dolores articulares que ya sólo se alivian con fisioterapia. “Me cuesta nadar”, admite. No es extraña su respuesta de por qué está aquí. “El tiempo, el clima”.

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