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Tanto aquí, en EE.UU., como en Europa, las quinielas hablan de un 2012 muy complicado. Por eso hoy quiero compartir con ustedes la sabiduría de mi abuela Trinidad Santana, quien, junto a su generación, superó momentos mucho más duros de los que nosotros estamos viviendo.

El pasado jueves mi Flor Primaveral, como yo la llamo, cumplió 87 años. Como se entere que hemos publicado su edad, me mata. ¡Es tan coqueta y guapa! Su vida no ha sido fácil pero siempre ha tenido fuerzas para luchar. Quedó viuda a los 44 años, con ocho hijos; la menor, mi tita Juany, tenía solo 2 años. A mi abuelo lo mataron de un tiro mientras trabajaba en su barbería. Un desequilibrado mental, o al menos fue lo que alegó su abogado en el juicio, llegó con una escopeta de caza y, sin más, disparó alcanzando su pecho. Tras quince días agonizando en el hospital, se despidió de su familia dejando a mi abuela destrozada y tremendamente enamorada de él. Hoy, 42 años más tarde, sigue sintiendo devoción y respeto por el que fue y siempre será su único marido.

Eran tiempos de posguerra donde la comida se racionaba con una cartilla. Ella sabe de crisis y de hacer milagros con lo poquito que tenían para intentar que a sus hijos no les faltara de nada. Acrecentar caldos con agua o hacer de un filete de carne una suculenta comida para nueve eran tan solo algunos de sus logros.

A mi madre y mis tíos les dio lo mejor que se puede entregar a un hijo, valores: amor, honradez, respeto, resignación, fuerza y coraje. Estos han sido los mandamientos de nuestra familia, que han hecho que a pesar de la distancia y el tiempo sigamos unidos por el pilar que nos sostiene, ella.

Recuerdo decenas de tardes mirando el paisaje a través de la ventana de su cocina, un tazón de leche con gofio daba sabor a sus narraciones. En aquel momento, con 8 o 9 años no lo sabía, pero mi abuela me estaba enseñando a ser valiente, fuerte y luchadora. Gracias a ella me atreví a cruzar el Atlántico en busca de nuevos retos porque me mostró que en la vida no se va a ninguna parte con miedo y que, por muy duro que sea el camino, siempre vale la pena recorrerlo.

Estoy segura de que muchos han visto reflejados a sus padres y abuelos en esta historia. El problema es que estamos tan ocupados en vivir deprisa que olvidamos que ellos lo pasaron peor y salieron adelante con la seguridad de que no hay crisis, gobierno, bancos o deudas que puedan con el amor de una madre, hija, hermana o abuela.