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Mutis por el foro > Jorge Bethencourt

Fraga ha muerto. Ah. Lo siento. ¿Qué hay para desayunar? Esa habrá sido la frase en cientos de miles de hogares de este país llamado España del que Manuel Fraga fue diplomático, ministro franquista y personaje de la transición. Pero no es conocido porque no sale en Telecinco. Lo que hay. La última vez que lo vi fue en Santiago de Compostela, un cuerpo ruinoso que caminó bamboleante hasta un sillón donde se dejó caer extenuado. Era presidente de la Xunta. Mientras alguien hablaba cerró los ojos y pensé que estaba dormitando. Hasta que, sin abrirlos, se dirigió a mi preguntándome cómo estaban las Islas. En cinco minutos me interrogó por toda la actualidad política del Archipiélago. Debajo de aquel cuerpo destruido había un cerebro intacto, sinuoso y brillante. El personaje que representaba Manuel Fraga nunca me cayó bien. Me parecía un déspota impaciente. Un tipo culto, pero malhumorado. Sólo un necio negaría la talla intelectual y política de don Manuel. Lo padecí en algunas ruedas de prensa, cuando era líder de Alianza Popular, y lo que ganaba en el terreno de la inteligencia lo perdía en un mar de palabras naufragadas en un mal carácter cuya fama le precedía y probablemente le halagaba. Echaba broncas como el que riega las plantas del balcón. Pero, cuando nadie se lo olía siquiera, ya entonces hablaba de la necesidad del modelo bipartidista en el que ha terminado encallando (y encanallando) la democracia española. Fraga fue uno de aquellos buenos católicos, hijos de los que ganaron la guerra, que prepararon el camino para la evolución de un régimen al que sabían muerto: no podía haber franquismo después de Franco. Algo que tenía claro hasta el propio dictador, que eligió a don Juan Carlos como su sucesor en la jefatura del Estado, donde aún sigue. La democracia en España se gestionó en los propios intestinos del Movimiento, en el caldo de cultivo de los jóvenes cachorros del franquismo que habían visto mundo y estaban dispuestos a cambiar, un poco, el suyo. Fraga fue uno de los padres de la Constitución española de 1978, ese camarote de los hermanos Marx con el que la monarquía española se legitimó y nos regaló un sistema de deberes y algunos derechos. Fue uno de esos personajes con los que se aherrojan los goznes de las puertas de la historia. Ahora dirán que no era demócrata. Guárdenme un secreto. El 19 de noviembre de 1975 muchos de los millones de demócratas que ahora viven en España tampoco lo eran. Se los juro. Yo estaba allí.

Twitter@JLBethencourt