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Otra necesidad biológica

POR REBECA DÍAZ-BERNARDO

Hace unos años y por error caí en un enlace de internet de un capítulo titulado ¿Prozac o Adidas? perteneciente a un fantástico libro acerca de la curación emocional para acabar con el estrés y la ansiedad sin necesidad de fármacos ni psicoanálisis. Dicho título me hizo tanta gracia que no pude resistirme ni a leerlo ni a terminar comprándome el libro, porque que levante la mano el mortal que no padezca estreses ni ansiedades en días como los que vivimos. La preguntita es simpatiquísima y muy certera, estamos hartos de escuchar que se ha demostrado física, científica y académicamente que treinta minutos de caminar a ritmo vivo, sin necesidad de correr, unas tres veces por semana, producen al cabo de cuatro meses exactamente el mismo efecto que un antidepresivo, con la diferencia de que el antidepresivo alivia los síntomas de la depresión con más rapidez, probablemente en menos de una semana notarías los efectos, pero no en más profundidad que el deporte.

Pero otro capítulo de ese mismo libro trata del amor como necesidad biológica, con distintos ejemplos de estudios accidentales sobre bebés prematuros en incubadoras o sobre personas que conviven con animales domésticos, y lo que todavía atrajo más mi interés aquí fue un apartado en el que ya de entrada te dejan temblando al proponer la premisa de que si el equilibrio fisiológico de los bebés mamíferos, incluyendo los humanos, depende del afecto que se les proporcione, no es sorprendente que eso mismo también valga para los adultos, y te presentan un estudio en el que se revela que la supervivencia media de hombres mayores que habían perdido a su esposa era mucho menor que la de otros hombres con la misma edad cuya esposa todavía vivía: los viudos viven menos tiempo.

Rizando el rizo, y según otro estudio paralelo, a ciertos hombres con enfermedades cardiovasculares a los que les habían preguntado “¿le manifiesta amor su esposa?” y que habían respondido “sí” a dicha pregunta, tenían dos veces menos síntomas que los otros, y además, cuantos más factores de riesgo acumulaban esos hombres (colesterol, hipertensión, etc.) más protector parecía ser el efecto del amor de su esposa. Más alucinante aún, el efecto inverso: ocho mil y pico hombres con buena salud que fueron estudiados durante cinco años y que al principio del estudio reconocieron abiertamente que “sus esposas no les amaban”, desarrollaron tres veces más úlceras que los otros. Con mucha gracia el apartado concluye que, visto lo visto, más vale ser fumador, hipertenso o estresado que no ser amado por la propia esposa.

Y es que de una forma u otra dependemos en cada momento de las relaciones que tenemos con los demás y, sobre todo, con las personas más próximas emocionalmente, porque el afecto es tan determinante como cualquier medicamento, aunque la idea no esté establecida científicamente, está claro que no genera ventas millonarias y hay que recordar que en los últimos treinta años las tasas de depresión no han dejado de crecer en las sociedades occidentales provocando el altísimo consumo de antidepresivos en la mayoría de los países supuestamente avanzados.

Así que no voy a tener más remedio que darle la razón al autor y reconocer que hay que dejar de hacer acopio de Prozac y en cambio lo que hay que hacer es frenar en seco para darle un mimo al ser vivo más cercano en este mismo instante, que si encima es tu pareja probablemente será como si le ofrecieras una sopita de pollo en una noche helada y estarás ayudándole a satisfacer una necesidad biológica sin que te denuncien por escándalo público. Tú piensa que un mimito no te cuesta nada y que en la mayoría de las ocasiones puede ser una bolita de nieve precipitándose en una ladera, va a más casi sin querer, no importa quién lo haya comenzado, solo recuerda cómo te sentías cuando estabas contrariada aunque no decías nada, y mamá o papá venían y te acariciaban la melena, pues es lo mismo, haz la prueba y luego me lo cuentas… ¡el amor es la respuesta!