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Preguntas y respuestas > Juan Hernández Bravo de Laguna

Durante todos estos años de democracia el rey y la reina se han beneficiado de una conspiración informativa en la que han participado la inmensa mayoría de los medios españoles, con muy escasas -y marginales- excepciones. Bajo el supuesto de que el mantenimiento y el prestigio de la monarquía son esenciales para la conservación y el desarrollo de nuestra frágil -y muy imperfecta- democracia, se ha practicado un auténtico apagón informativo sobre la vida privada de los monarcas, especialmente del rey; se han minimizado y justificado los episodios menos ejemplares de la vida sentimental del príncipe; se ha idealizado el matrimonio de las infantas hasta que la realidad se ha impuesto en ambos casos; y, en particular, se ha insistido obsesiva y compulsivamente en el papel jugado por don Juan Carlos en la sucesión de Franco, en su aceptación por su padre y, en suma, en la transición, con el nombramiento de Adolfo Suárez, el fracaso del intento de golpe de Estado de 1981 y todo lo demás. El comportamiento real en el intento golpista, por ejemplo, se ha abordado acríticamente y mitificado hasta límites inauditos. Ahí está para probarlo esa cursilada que se puso de moda hace tiempo de no ser monárquico, sino juancarlista.

En esta línea informativa, ningún medio español se atrevió a hacerse eco de unos más que rumores sobre las actividades irregulares del yerno del rey que se venían gestando desde hace cinco o seis años. Unos más que rumores que eran conocidos por La Zarzuela, hasta el punto de que determinaron el intencionado alejamiento norteamericano de la pareja. Muchos se preguntan ahora si desde esas instancias no se podía haber hecho algo más al respecto para impedir o atajar tales actividades. El Mundo se decidió a romper con dicha línea informativa y a abrir la veda periodística hace poco. Y desde entonces, todos los medios informan regularmente sobre este asunto; incluso las revistas llamadas del corazón, con profusión de portadas y desde su óptica de enmascaramiento sentimentaloide de la realidad.

Iñaki Urdangarin pertenece técnicamente no a la mera Familia del Rey, sino a la denominada Familia Real, que incluye tan solo a los monarcas, a sus hijos y nietos, y a los cónyuges de sus hijos, y de la cual quedó excluido Jaime de Marichalar tras su divorcio. El desconcierto inicial de la Casa del Rey por la difusión de la noticia se hizo patente antes de Navidad con el anuncio y posterior desmentido de una modificación legal que excluía de la Familia Real a las dos infantas, a sus hijos y a Iñaki Urdangarin. En cualquier caso, el rey se vio obligado a apartar a su yerno temporalmente de los actos oficiales y a reconocer que esa decisión está motivada por su comportamiento “no ejemplar”. De hecho, el último acto oficial al que asistieron los duques de Palma fue la celebración de la Fiesta Nacional, el pasado 12 de octubre. Lo cual no ha impedido la presencia de los dos en las celebraciones navideñas reales y la inclusión de Urdangarin en la fotografía familiar con la que la pareja ha felicitado las Navidades.

Algunas de las noticias sobre esta presunta corrupción que se están publicando estos días añaden a su indudable carácter alarmante aspectos propios de la España picaresca de charanga y pandereta. Así, leemos que Urdangarin ganó presuntamente un concurso público la víspera de presentarse; que evadió presuntamente a paraísos fiscales más de cuatrocientos mil euros obtenidos con una fundación de niños discapacitados y enfermos de cáncer, que empleó para la evasión; y que utilizó presuntamente el Palacio de Marivent como oficina comercial. La nota humorística la ha añadido el Museo de Cera de Madrid, que ha trasladado su figura a la sección de deportes, después de cambiar el chaqué que lucía en compañía de la Familia Real por un atuendo deportivo. Peor suerte corrió en su día Marichalar, cuya figura fue simplemente eliminada.

En su mensaje de Navidad, el rey aseguró expresamente que “cualquier actuación censurable debe ser sancionada” y que “la justicia es igual para todos”. Y todos lo entendimos con claridad. Por eso no parece tener mucho fundamento que, al término de la solemne sesión de apertura de la X Legislatura, lamentara que esas palabras se hayan personalizado en su yerno. “No hay que personalizar”, añadió con un cierto malestar. También fueron inequívocos los párrafos de su mensaje navideño en los que manifestó su preocupación por “la desconfianza respecto al prestigio de algunas instituciones”: “Parece estar extendiéndose la desconfianza en sectores de la opinión pública respecto a la credibilidad y prestigio de algunas instituciones”, dijo exactamente.

Otra noticia relevante de estos días ha sido que en la declaración de la renta de la infanta Cristina correspondiente al ejercicio de 2006 se reconocen unas plusvalías de 571.000 euros generadas en Aizoon, S.L., una sociedad mercantil que su marido y ella crearon con una inversión inicial de 1.500 euros cada uno y la propiedad dividida a la mitad. Los ingresos de esta sociedad proceden casi exclusivamente del Instituto Nóos.

Están por ver las consecuencias de la imputación judicial de Iñaki Urdangarin, aunque no se ha detectado ninguna variación en sus relaciones con su esposa y con la Familia Real respecto a las existentes desde octubre. ¿El caso pone en peligro los resultados de la conspiración informativa a la que antes nos referíamos, esa labor periodística silenciosa de tantos años? ¿Afecta al prestigio de la monarquía y a su percepción por la opinión pública? ¿Es suficiente el comunicado de Urdangarin desvinculando sus actividades privadas de la Casa Real? ¿La Casa y el rey tendrían que hacer algo más sobre este asunto de lo que ya han hecho?

Esa es la cuestión que debatieron días pasados la mayoría de los medios y las tertulias, al menos los no muy monárquicos. Por cierto, ¿qué pretende una publicación como ¡Hola!, considerada la princesa de las revistas del corazón y una de cuyas fuentes de ingresos son las monarquías, con su portada de la reina fotografiada en Washington en compañía de la pareja precisamente en estos momentos, una fotografía en la que vemos a un Urdangarin despreocupado y sonriente? ¿Por qué la reina se deja fotografiar en esa compañía y permite que la foto se publique en portada?

Son preguntas que, por ahora, no tienen respuestas inequívocas. Para bien de nuestra frágil -y muy imperfecta- democracia, deberían tenerla en un futuro no demasiado lejano.