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Por primera vez, y aunque sea una versión de parte, se ha difundido parte de la documentación secreta de la Santa Sede sobre el periodo más trágico de la historia española y las ásperas relaciones entre los gobiernos republicanos y la cúpula católica. Doctor en filosofía y letras, historia eclesiástica y derecho canónico, Vicente Cárcel Ortí (1940), con el sello de la Conferencia Episcopal, ha publicado un libro que, si bien tiene un indudable interés por las novedades que aporta, suscita serias reservas entre los historiadores laicos y una indisimulada alegría entre los encendidos cruzados -el locuaz inquisidor César Vidal y Pío Moa, un antiguo etarra reconvertido a la causa, entre otros- que cuentan con poderosas tribunas para difundir sus posiciones de ultraderecha. La Segunda República y la Guerra Civil en el Archivo Secreto Vaticano, según su autor, responde a cinco años de exhaustiva investigación en los papeles desclasificados por Benedicto XVI en 2005, referidos al papado de Pío XI; devuelven al primer plano de la actualidad al nuncio Federico Tedeschini, que desempeñó la delegación diplomática entre 1921 y 1936, y al entonces secretario de estado Eugenio Pacelli (futuro Pío XII) e incluyen una selección de correspondencia de obispos, ministros, diputados y representantes políticos. El doctor Cárcel Ortí -cuyas primeras entregas me han llegado por la gentileza de un mitrado emérito, porque la obra completa ocupa cinco volúmenes- se cura en salud cuando afirma que “la labor del historiador no es la de un juez que condena o absuelve, sino la de quien explica los hechos, los sitúa en su tiempo y ayuda a comprenderlos”; pero, al mismo tiempo, da titulares que avalan las posiciones del sector radical de la CEE, que ha llegado a comparar las políticas del gobierno de Zapatero con los excesos anticlericales registrados en el lustro republicano. Contra el parecer de Pacelli y de otros cardenales, que interpretaron la marcha de Alfonso XIII como un golpe de estado, Pío XI ordenó a la jerarquía española que reconociera a las autoridades que, de facto, controlaban el país y les instó a mantener unas relaciones respetuosas con el poder provisional que, luego, tuvo pleno refrendo constitucional. A pesar de los sesgos comprensibles, dada su condición de clérigo, el autor apunta “los partidos más extremistas de derechas e izquierdas, crearon un clima prebélico de violencia que llevaron al fracaso de la República y a una guerra fratricida”. Contra ese argumento chocan las afirmaciones sobre la “unidad absoluta de todos los mitrados españoles” sobre la orden papal. Ciertos obispos trabajaron activamente contra el nuevo régimen y, aunque eso no justifica en absoluto los bárbaros excesos contra el clero y la quema de conventos y templos, es un hecho objetivo que no se puede obviar en el análisis