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Era tarde. Llegué a casa profundamente cansado, y como todos los días, me puse cómodo a leer el periódico. El problema que tiene leer la prensa por la noche es que muchas noticias están ya caducadas, pero, por suerte, algunas adquieren más relevancia. Una de éstas, hizo que soltara un exabrupto asustando al perro que se había acurrucado a mis pies: “Chuck Norris apoya a los grupos anti-vacunas”. Asombroso. El genuino representante de lo más rancio y cutre de lo made in USA decide, además de salvar a los Estados Unidos de sus más malévolos enemigos a puñetazo limpio, liarse a tortazos con la evidencia científica y el conocimiento. Resulta curioso analizar la composición de los lobbies antivacunas, que desgraciadamente cada vez tienen más predicamento en ese país. Por un lado, y desde el ámbito social, los líderes destacados son Chuck Norris, una Play-Mate y su antiguo novio el actor Jim Carrey, que, entre mueca y mueca, a veces hasta actúa. Por el lado científico, el líder absoluto es el doctor Andrew Wakefield, que en 1998 publicó, nada menos que en el Lancet, un artículo que asociaba el autismo con la vacuna triple vírica. Posteriormente se comprobó que en este trabajo se expusieron datos falsos y que su autor principal recibió secretamente financiación por parte de abogados que querían demandar a las farmacéuticas y necesitaban argumentos creíbles. Es decir, el gurú científico de los antivacunas es un absoluto fraude, expulsado del Consejo General de Médicos Inglés, y cuyo trabajo retiró de sus páginas la propia revista Lancet, eso sí, con mucho sonrojo al ver cómo habían fallado sus controles científicos. A pesar de que la presencia de estos lobbies en nuestro país es escasa, lamentablemente empiezan a tener cierta presencia. Fruto de sus actividades podemos destacar como logros evidentes el repunte de casos de enfermedades que estaban perfectamente controladas y que, como consecuencia del acúmulo de personas no vacunadas, vuelven a tener cierto espacio. Normalmente, estos colectivos antivacunas suelen estar representados por personas de media o alta renta, que deciden no vacunar a sus hijos en un ejercicio de memez pseudomoderna y supuesta defensa de lo natural frente a lo químico. No entiendo qué ejercicio de reflexión intelectual puede llevar a alguien a considerar moderno que su hijo tenga un sarampión, enfermedad que puede entenderse como grave y que, por ejemplo, pude dar como complicación una encefalitis. ¿Es moderno ver sufrir a tu hijo por no haberlo vacunado? ¿Es moderno pasar sin freno del siglo XXI al siglo IX? ¿Es razonable vivir como los Amish? Por cierto, que uno de los últimos brotes de polio en Europa se verificó entre miembros de la secta Amish, que, por supuesto, rechazan la vacunación.

Por eso, cada vez que me preguntan cómo podríamos convencer a los padres que no quieren vacunar a sus hijos de que lo hagan, lo primero que se me ocurre decir es que planteándoles que la tierra es redonda y no plana. Y que si tiramos de Finisterre para delante, no caeremos en un vacío interminable, sino que llegaremos a América. Eso sí, espero que allí no nos encontremos con Jim Carrey

A veces, y desde la trinchera de la insensatez más profunda y sobre todo desde la ausencia de argumentos sólidos, a los que defendemos las vacunas se nos culpa de querer salvaguardar el honor de las farmacéuticas.

Pues bien, ojalá dispusiéramos para todo de productos que administrados a personas sanas evitaran daños futuros. Pero es que, además, la falacia de esta línea argumental se rompe sola con la siguiente reflexión: si no vacunamos y los críos enferman, habrá que tratarlo con medicamentos, a lo mejor hasta hay que hospitalizarlos. Por cierto, casi todos esos medicamentos y desde luego las hospitalizaciones enriquecen bastante más a esas compañías.

En fin, que convendría recordar que los virus y bacterias no son el fruto de una disquisición a la luz de la luna, sino que existen, producen enfermedades, y es de necios no protegerse frente a ellos. Salvo que, como Chuk Norris, entendamos que nosotros solos con nuestros puños podemos vencerlos.

Amós García Rojas es Médico epidemiólogo