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Adiós, Spanair > Randolph Revoredo

Por alguna razón queremos que todo sea eterno. No solo es difícil algo así en el universo sino que cuesta justificarlo. El que las personas no puedan vivir eternamente “es una pena”. Según dicen los más convencidos el planeta desaparecerá definitivamente en millones de años calcinado y quizás engullido por un sol hiperbólico, no obstante nuestra actitud es la de una Tierra sin caducidad. Lo mismo pasa con las instituciones que nos inventamos: le insuflamos aspiraciones que reflejan anhelos más que realidades alcanzables.

¿Por qué una institución tiene que ser “para siempre” cuando la historia demuestra que nada lo es? Ni se diga lo que eso significa en la vida empresarial donde las mutaciones productivas ocurren ya no en siglos sino meses. A eso nos referimos cuando observamos la perplejidad generada por el fin de operaciones de Spanair. Cuando los estatutos de una empresa la constituye por periodo “indefinido” no significa que sea “eterna”, solo nos dice que no se sabe cuando fenecerá (o mutará): mañana o en cien años.

La línea aérea deja cuatro mil trabajadores en la cuerda (muy) floja, doscientos millones en deudas, más de veintidós mil pasajeros sin avión: eso es acabar malamente. Cierta tozudez política catalana ayudó mucho al presente estado de cosas. Dicha perseverancia la interpretaríamos como valiente si no fuese porque apostaron y perdieron cientos de millones de euros de los contribuyentes (no de su propio bolsillo) al no poder imponerse a las leyes de la gravedad. Ahora viene la factura, la misma clase de las estafas piramidales: esa de “marica el último”. Los árabes de Qatar Airlines se negaron a jugar a la papa caliente (quizás por las rebajas continuadas de ratings crediticios y eso de invertir en los países-problema del euro). Dudamos que algún político sean enjuiciado: jugar al monopoly con dinero público no es delito. Al menos quedan slots aeroportuarios libres salpicando todo el mapa español.

¿Sorprende? No debería. En cambio sí debería preocupar lo contrario: el que no caiga lo que funciona mal. Es acumular basura organizacional. Como aquellos bancos que deberían haber quebrado en 2008-2009 pero no lo hicieron por la ayuda pública (que vino por miedo a una revolución). Debería preocupar porque se acumulan factores de inestabilidad y cambio explosivo, la crisis de deuda soberana no apareció de la nada; y por supuesto que es trágica la pérdida de tantos puestos de trabajo justo con el desempleo en máximos históricos. El cambio persigue a la especie desde que salió de las cavernas y sería mucho presumir querer dominar la naturaleza y “hacer que nos obedezca” pensando que lo agridulce de la vida puede ser desterrado.

Lo malo no es el otro barrio sino irse antes de tiempo. Spanair no lo pudo hacer de forma más inoportuna y desordenada. Una bola de nieve politizada a más. La caja de ahorros tinerfeña de toda la vida es el contra-ejemplo, diseñada para otros tiempos hoy desaparece sin desorden ni tumulto. Iberia tiene los días contados no obstante a diferencia de Spanair su muerte se trata de planificar: ya cumplió su misión hay que darle el paso a otras insignias.
Non Perpetuum Mobile.

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