domingo cristiano > Carmelo J. Pérez Hernández

¿Alegría o verdad? > Carmelo J. Pérez Hernández

“Todo el mundo te busca”, le explican a Jesús sus discípulos cuando éste se refugia para orar lejos de la gente a la que ha sanado ese día. No es para menos. En medio de un mundo que en ocasiones se asemeja a un vientre estéril y vacunado contra la esperanza, cómo no correr detrás del que se presenta como la fuente de la alegría. Cómo no perseguir a quien regala una sonrisa eterna, serenidad… a quien devuelve la paz y apuntala los sueños.
Y, sin embargo, no sucede lo mismo en este apasionante momento de la Historia que compartimos. Jesús es relegado a un titular de tercera categoría la mayoría de veces. Allí lo ponemos, junto a los curas pederastas y los creyentes de doble moral. Allí, donde descansan los ¿tesoros? del Vaticano. Y allí donde reinan los católicos intransigentes y autoproclamados custodios de la moral -que a mi juicio, por cierto, son como invernaderos de todas las perversiones de las que el ser humano es capaz-.
¿Por qué ya no todo el mundo te busca ahora? En realidad, no es de ahora este cambio. El mismo Jesús aclamado por sanar a los enfermos fue luego crucificado.
No nos rasguemos las vestiduras sobre la presunta maldad este tiempo hermoso que ahora compartimos, porque no es tan distinto de otros.
Sucede que, junto al Jesús de la alegría y la esperanza, irremisiblemente unido a él porque sólo hay uno, nos acaricia el Jesús de la verdad, de las cartas sobre la mesa, de las palabras últimas.
Y sucede que, por una extraña corrupción de lo que somos, nos cuesta mirar de frente a la verdad, porque jugamos a decir que eso nos resta libertad personal, en lugar de reconocer que la “verdad no hará libres”.
Dicho con menos literatura: Jesús, sí. Pero hasta cierto punto. Sí a Jesús cuando se hace cómplice de mi derecho inalienable a disfrutar de este mundo, de la vida y de los hombres y mujeres que me rodean. Jesús-no-tanto cuando eso exige de mí un cambio: sentirme hijo y hermano, estrenar la solidaridad en mi vida, la corresponsabilidad con los males y bienes de quienes me rodean.
Y juro que no entiendo nuestras prevenciones: no nos gusta sentirnos criaturas, sino imaginarnos creadores. Que Dios es nuestra última orilla es considerado en ocasiones como un atentado contra la verdad de lo que somos, un chantaje a nuestra autonomía, en lugar de como el anuncio más liberador y más optimista jamás pronunciado sobre el ser humano en toda la Historia de la Humanidad.
Mi experiencia es que hasta que no aprendemos a sostener la mirada a nuestro reflejo en el espejo, que hasta que no aceptamos la aventura de mantener esa misma mirada a los ojos de Dios, que hasta que no aceptamos con gloriosa libertad y felicidad que somos hijos muy amados de un Dios que se deshace en carne por nosotros… hasta ese momento, yo diría que no hemos nacido del todo. Con todo respeto lo escribo y con toda libertad lo hago.
Y no sólo porque Dios es verdad. Sino porque la verdad de cada día es Dios, el señor de la alegría y la esperanza. Ambas cosas.

@karmelojph