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Álvaro Arvelo > Luis Ortega

Hace unos días comenté las desgracias que se cernían sobre la obra de Martín Chirino, uno de nuestros grandes creadores internacionales, con carné y acreditado compromiso canario. Escribí del lamentable estado de dos esculturas que, desde su instalación, son emblemas de las capitales tinerfeña y palmera. Hoy cambio las dudas sobre el futuro de la primera -El sueño de los continentes- por la alegría de constatar que la actual corporación municipal, reconocido el bárbaro desaguisado, ha dispuesto la restauración de la obra y que, ahí está la madre del cordero, CajaCanarias financia la operación. El primer teniente de alcalde -Julio Pérez, abogado prestigioso y compañero de carrera y mesa en los tiempos en que ejerció este oficio de contar hechos y estados de ánimos- y el presidente de nuestra entidad de ahorros, integrada en Banca Cívica, Álvaro Arvelo, cada cual desde sus respectivas responsabilidades, me confirmaron esta buena noticia. Con esta actuación se repara una grave desidia, a la que son ajenos quienes ahora la restauran, y se restituye al patrimonio de la concapital canaria una pieza notable de un fundador del mítico grupo El Paso, que renovó el cansino panorama plástico español y, sin duda alguna, el mejor artífice del más sugestivo equipamiento del lugar donde vivimos. En el caso palmero, Alisio -ése es el título de la obra colocada en el frente marítimo del Castillo Real de Santa Catalina-, el problema es más grave, porque a la erosión causada por la maresía -un canarismo cada vez más en desuso- se une la falta de vigilancia que ha permitido las flagrantes y monótonas pintadas que la afean. Por otra parte, los daños en la soldadura son mayores y más graves, y lo que es peor: ayuntamiento y cabildo asumen con resignada naturalidad que no disponen de dinero para la restauración y, por lo que se ve, ni voluntad y ganas de buscarlo en otras instancias. Cuando, después de interminables esperas y bizantinos debates, la ciudad vuelve a recuperar el mar arrebatado por la especulación y el cemento, resulta un grave contrasentido el abandono de una obra artística que resume y simboliza la histórica relación que le dio a La Palma y a los palmeros sus siglos de esplendor, su arquitectura histórica y monumentos y, sobre todo, su carácter como pueblo. Recuperar esta obra es, pues, algo más que una obligación pública de las instituciones que nos representan; es reparar, con actos, que no con palabras, un incomprensible olvido colectivo.