desde la tronera > cultura populaR

De la Isa de la Piñata a la Piñata del Diablo

Marcelino Delgado y Valentín Trujillo, decorando la piñata: un cesto de castaño, con flores. | RAFAEL C. GÓMEZ LEÓN

RAFAEL C. GÓMEZ LEÓN | Santa Cruz de Tenerife

“Yo ganaba a los vientos cuando sentía una parranda. ¿A mí? Dejaba la comida y salía como un cohete atrás. A mí me gustaba mucho”. Esta frase que nos transmitía don Valentín Trujillo Delgado, allá por 1996, refleja el espíritu tenderetero, parrandero y amante de la música tradicional de muchos hombres y mujeres que durante décadas han mantenido vivo un capítulo importante de nuestra música popular.

La parranda era el punto de encuentro de amigos, cantadores y tocadores, que no necesitaban de lugares especiales para ensayar: un pajar, una era, la bodega, la venta, una huerta… El motivo de la reunión era lo de menos. Lo importante era el tenderete y disfrutar con la música. Los Carnavales, las fiestas patronales de La Orotava… Muchas de esas parrandas se dedicaban en fechas señaladas a tocar en los bailes, sobre todo en Carnavales, y resulta cuanto menos curioso, para algunos, los instrumentos protagonistas de las mismas. Había incluso que “tratarlas” con tiempo porque estaban muy solicitadas: “Había la de ‘Siño Emilio’. Estaba Nicolás, el hermano, el hijo… Estaban varios tocadores. Había Israel, el de Arafo. Era un acordeonistas del número uno. El procede de Aguamansa, pero se marcho p’Arafo. Venía casi siempre por los Carnavales. Todos se los echaba aquí”. También era famoso un tal Israel, de La Cartaya, en La Cruz Santa, que tocaba el violín: “Ése es un tocador que le zumba al mango”. Pero, es quizás, una de las mas conocidas y mas solicitadas en la época eran la parranda de La Florida, en La Orotava, y la de seño Juan Rosenda, entre otras.

Los bailes mas conocidos eran pasodobles, isas y valses. Los tocadores no eran muy partidarios de interpretar isas: al ser tan populares, todo el mundo se creía preparado para cantarlas. “Por eso mismo, muchos tocadores no quieren tocar una isa. Pega a cantar uno y entodavía no está terminando y ya está el otro fajado”. Las parejas en el baile bailaban sueltas, y si se iba agarrado era “por las manos pero lejos”. Antes existía un respeto hacia los más viejos del lugar y eso se traducía en cualquier manifestación social o festiva. Los bailes no eran ajenos a este respeto: “Ahí lo más que se bailaba era pa’ los viejos. Porque los viejos no querían nada mas que folias, seguidillas y saltonas. ¿Tangos? Era raro que tocaran un tango”.

“Los mejores bailes eran los días de Carnaval”. Pocos eran los días de ocio que disponían los vecinos de las medianías. Los Carnavales, junto con las Piñatas, son quizás la constante más repetida de cuantas conversaciones hemos mantenido con los viejos de la zona. “Esos Carnavales se bailaban hasta en las carreteras. Los días de Carnaval los cogía desde el sábado y terminaba el Miércoles de Ceniza”. Don Valentín comenta que a veces con las parrandas ensayaban la víspera y al día siguiente ya “pegaban a tocar” en los bailes.

Los Bailes de Piñata o la Isa de la Piñata, como se conoce en Pinolere, eran una constante en todos los pagos de la zona. Estos tienen una singularidad importante que no aparece en otros lugares de la Isla, consistente en la forma de elaborar la piñata. En la zona, había costumbre de utilizar las “canastras o banastras”, cestos de madera de castaño y decorarlos con adornos naturales, flores amarillas de “sirdana o girdana” y brezo.

La base del cesto estaba totalmente cerrada, a diferencia de otros lugares, ya que era en su interior donde se depositaban las sorpresas. De ellas, pendían cintas de colores numeradas, en unos casos, o, por el contrario, alguna de ellas llevaba la palabra piñata, que era la premiada. Ésta, se solía bailar a la medianoche, en medio del baile; cuando había más ambiente.

Los participantes, siguiendo las órdenes del mandador, las iban cogiendo una a una entre las parejas que “bailaban la piñata” y que debían pagar una cantidad por ello al dueño de la venta, que era quien organizaba el jolgorio. Ésta se danzaba al son de una isa con las parejas colocadas en círculo, en torno a la Piñata, ya de madrugada. El premio podía variar: “¡Piñatas con cada pelota gofio! Yo me saque una piñata con una bimba de gofio y una sama, pero sin lavar ni nada. Envuelta en una hoja de col”. Existía la costumbre que la pareja ganadora brindara al respetable a unos vasitos de vino y unos rosquetes.


Con una pelota de gofio

“En la Cruz de Los Cantillos, una Piñata bailé, con una pelota de gofio”. Se celebraban piñatas en todos los lados y se llevaba a cabo en un momento del baile durante los días de Carnaval, previos al Miércoles de Ceniza. En ocasiones, en las ventas y, en otras, en casas de particulares que montaban el baile. “Antes los tenderetes eran en cualquiera casa. Antes en cualquiera casa hacían una piñata”.

Muchos se vestían de máscara y se pasaban el baile dando la lata a los vecinos que asistían al mismo. “Antes hasta los viejos chascarones se vestían de máscara”. Sólo como referente citamos algunos lugares donde se llegaron a celebrar estas piñatas y que en muchos casos apenas distaban unos pocos metros: “Un poco mas allá, en tres sitios, se hacían piñatas. “Una, en casa el cuñado de mi mujer; otra en ‘La Musiquina’; y otra a cas Gregorio ‘el Serasita’, que ya murió. Tres piñatas seguidas. Aquí encima, en Pinolere: Toribio Delgado, que vendía aquí en los Cuatro Cantillos; Francisco el del Bar Tagasaste; y Esteban Perdigón, en el barranco”.
La semana carnavalera finalizaba repitiendo la Isa de la Piñata el primer domingo de Cuaresma, la cual era conocida, en el barrio de Pinolere, como la Piñata del Diablo. La celebración de jolgorios y otros ritos paganos quedaban prohibidos a partir de las 12 de la noche del martes, con la entrada del periodo de penitencia y privación de alimentos o ayunos. Este tipo de prohibiciones quedan muy lejanas para algunos pueblos del interior y sobre todo para los caseríos de las zonas rurales, como es nuestro caso.ç

Con estos dos cantares que transcribimos a continuación, recogidos de la memoria y tradición por los tenderetes y parrandas, de don Valentín Trujillo Delgado y de su mujer, doña Julia González Hernández, en el año 1999, sirven de rúbrica a estos apuntes sobre los carnavales tradicionales de Pinolere: “Ya se van los carnavales, ya se van, buen tiempo llevan. ¡Cuántos se quedaron llorando, con la carne en la cazuela!” / “Ya se van los carnavales, cosa buena poco dura. Ahí viene marzo y abril, recogiendo la basura” .