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Hagamos un pacto > Carmelo J. Pérez Hernández

Hagamos un pacto. Que nunca más se haga de noche: que al sufrimiento le acompañe la confianza, que al sinsentido le persiga la esperanza, que no germinen los fracasos en el alma, que nos alegremos de haber soñado los buenos sueños que no se cumplieron.

Hagamos un pacto. Que no triunfen los miserables: que no crezcan los que se sirven de la verdad en lugar de servirla en bandeja de plata a sus hermanos; que no logren alzar la cabeza los aduladores, los expertos en arañar simpatías con sus engaños.

Que no encuentren descanso los que han robado la paz a otros para esconder con sus insidias sus propias miserias. Que estos no vean la paz hasta que no aprendan a sentir, hasta que no dejen de fingir.

Sea éste un tiempo de renovar nuestros pactos. Que nos comprometamos a seguir buscándonos mutuamente, a no cejar en el empeño de encontrarnos.

Pactemos pisar el suelo cada mañana y sentir que nos suben por las piernas y se adueñan de nuestro cuerpo los latidos de un mundo hermoso que cada día despierta con el deseo de que este amanecer sea el definitivo. Entre estertores de miedo a veces lo desea.

Que nuestro pacto sea para hoy, para este tiempo que estrenamos y para siempre. Sea un compromiso de esos que nos hacen ser lo que somos y aborrecer el polvo del camino, el que se nos ha pegado a los zapatos y nos aleja de nosotros mismos y nuestros horizontes. Sea una alianza que nos impulse a buscar lo auténtico, a buscar la paz y correr tras ella.

La paz que ya conocemos y nos duele haber aparcado en el trastero y la aquella paz que intuimos y que exige de nosotros lanzarnos a la aventura de su búsqueda.

Sea el nuestro un pacto de vida. “No volveré a destruir la vida”, aseguró Yahvéh a Noé tras el diluvio. Es por eso que cada minuto de nuestra existencia ha pasado de ser una casualidad a convertirse en una oportunidad.

Cada minuto, también aquellos días tristes que pasé sin ti. También la noche fría y el fango del camino nos salvan ahora, porque son una llamada, una provocación a estrenar la mañana.

Dibujaré colores en el cielo para que quede claro que nunca más destruiré la vida, ha dicho el Señor.

Y de colores es también la Cuaresma que ahora estrenamos, porque sabemos que pisamos terreno seguro, que estamos invitados a representar la travesía del desierto, pero con un as en la manga: sabemos ya que el Señor es el último puerto de este viaje nuestro.
Representemos bien, si se me permite el verbo.

Cumplamos con verdad el encargo de renovar el pacto que un día hicimos con Dios bajo el abrasador sol de nuestros sinsentidos, pisando la arena caliente de nuestros fracasos, como personas y como pueblo.

Hagamos un pacto: salgamos uno al encuentro del otro, Señor. Tú a sabiendas de que somos torpes para encontrarte y para encontrarnos. Nosotros en la confianza de que nunca más destruirás la vida y por eso cuidarás hasta el último aliento verdadero que nos quede por dentro. Tú sabrás hacerlo crecer, tú ves luz allí donde otros lloran -o celebran- ya el fracaso.

@karmelojph