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La abuela de la capital cumple 105 años

ÁNGELES RIOBO | Santa Cruz de Tenerife

Rosalba Castro Bello. / JAVIER GANIVET

Nunca se casó, pero por su avanzadísima edad y su gran humanidad, Rosalba Castro Bello es la abuela de Santa Cruz. Acaba de cumplir 105 años y está como una rosa. Al preguntarle por la belleza y la modernidad de su nombre, doña Rosalba responde que se trata de un nombre canario. Relata que el cura que la bautizó, siguiendo la costumbre de la época de secundar nombres “en cristiano”, se lo cambió por Rosalía -que sí tiene presencia en el santoral-. Pero en su casa siempre la llamaron Rosalba, nombre que lleva orgullosa.

Esta mujer entrañable nació en febrero de 1907 en el barrio de Salamanca, en la capital tinerfeña. A pesar de su longevidad rige prácticamente a la perfección y es capaz de seguir una conversación con total normalidad, salvo por las breves interrupciones producidas por un ligero problema de oído. “Me gusta comer de todo. Como poquito pero sano”, dice y, casi de manera automática, recuerda las cartillas de racionamiento de la posguerra. “En aquella época no había nada, salvo lo poquito que traían unas lanchas de Marruecos”, deplora y señala que escaseaba el pan y que casi no había tela para hacer sábanas.

Da la sensación de que Rosalba tiene esa época de su vida casi grabada a fuego. Hija de un sastre recuerda como tuvo que coser cientos de uniformes de los militares en el taller patriótico.

En palabras de uno de sus sobrinos, Rosalba fue una mujer guapa y elegante, pero nunca se casó, cosa poco habitual en las mujeres de la época, que en su mayoría se desposaban o tomaban los hábitos. Al ser preguntada sobre esta cuestión, ella responde, no sin cierto aire de resignación, que tuvo tres novios pero que ninguno de ellos fue del agrado de su padre.

Hija de un sastre

Así, esta mujer que estudió la enseñanza básica, dedicó todos los años de su vida a ayudar a su familia. Primero, asistiendo a sus hermanos pequeños, luego a sus sobrinos y ayudando a su vez en la sastrería de su padre, que pasó a uno de sus hermanos. Pero en la vida todo lo que se da se recibe, y hasta que hace tan solo dos meses decidiera por propia voluntad mudarse al popular asilo santacrucero, no pasó tarde en la que no recibiera la visita en su domicilio de algún sobrino o sobrino-nieto, de los que tiene unos 15. “Yo quería venir al asilo porque en casa estaba muy sola”, comenta. Y es que siempre colaboró económicamente con el asilo. Recuerda a aquellas monjitas que cada mes tocaban en la puerta de su casa para recoger su aportación, primero en reales y luego en pesetas.

Rosalba cuenta que en su nueva residencia ya ha hecho amigas. Su día a día pasa por comer, ir a misa, ver la tele, charlar y “hacer un poco de gimnasia con unas chicas jóvenes que vienen”. Explica que tal vez su secreto, si es que lo tiene, es que cuando era joven caminaba mucho. Iba casi todos los días andando desde su barrio hasta el centro “para tomarse un cafecito” en el Café Atlántico, de la plaza Candelaria -que aún existe-, o para pasear por el muelle. Recuerda también los bailes de la plaza del Príncipe, el Círculo de Amistad y el Mercantil. “Cuando tocaban el pasodoble Islas Canarias todo el mundo se iba a su casa”, rememora. Ahora sabe que ha sobrevivido a todas sus amigas y a todos sus ascendientes. Pero, feliz, pasa sus días en el asilo bien cuidada por sus queridas monjitas. Feliz cumpleaños, Rosalba.