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La cima de un sueño

Héctor, Isaac, Antonio y Amando en la cima del Kilimanjaro. | DA


GABRIELA GULESSERIAN
| Puerto de la Cruz

De su memoria nunca se borrará la fecha del 5 de febrero de 2012. Ese día, a las 6.30 horas, llegaron a la cima del Kilimanjaro, la montaña más alta de África, un sueño para el que se prepararon durante varios meses y que tardaron siete días en cumplir.

Héctor, Isaac, Antonio y Amando no son alpinistas profesionales que buscan un pico especial, sino cuatro vecinos del Norte de Tenerife que se lanzaron a la gran aventura de alcanzar los 5.895 metros de una montaña que atrae cada año a más de 20.000 personas.

La idea partió de Amando en el año 2007, cuando comenzó a trabajar en el proyecto de coronar 20 cimas para demostrar que se puede cumplir un sueño desde las Islas Canarias, sin necesidad de llegar al Himalaya ni tener grandes patrocinadores. Una iniciativa que, en un futuro no muy lejano, pretende divulgar en un libro y llevarla a los colegios.

Se prepararon unos meses antes con varias subidas al Teide, algunos descensos de barrancos y caminatas, ya que también era una manera de conocerse entre ellos. Amando es el único que se dedica a la montaña, el resto son amigos a los que simplemente les gusta.

Salieron de Tenerife el 27 de enero. Tras pasar la noche en el aeropuerto de Madrid, volaron París. De allí otro avión los trasladó a Nairobi y luego en micro a Moshi, la ciudad más cercana al Kilimanjaro. Un viaje de 33 horas “agotador” que hizo que llegaran cansados para empezar a escalar, así que dedicaron un día a reponer fuerzas.

Comienzo del trayecto

Empezaron a subir la montaña el martes 31 de enero. De las cinco rutas que existen, eligieron la de Machamé, también llamada de la Coca-Cola, más preparada para turistas y sin tanta pendiente. Caminaban una media de entre 15 y 16 kilómetros diarios y acompañados, cada uno, de un equipo integrado por un guía, un auxiliar, cocinero y dos porteadores, un requisito que les impone el parque nacional. Allí se ejerce un control estricto de los visitantes, quienes no solo deben pagar una entrada sino también los días de estancia, que en su caso fueron 7.

Para poder aguantar la caminata es fundamental una correcta alimentación, basada principalmente en hidratos de carbono e hidratarse a diario para evitar el riesgo de edemas pulmonares y cerebrales. En su caso, bebían cerca de tres litros de agua y té, una bebida que no puede faltar en una expedición de este tipo, explica Amando.

Cuentan que el paisaje es maravilloso, lleno de contrastes y muy parecido al Teide, “aunque a lo grande”, con una temperatura que oscila entre los 8 y 10 grados por el día y que desciende hasta menos 2 por la noche.

“Es una montaña fácil y relativamente sencilla los primeros cuatro días, porque a partir de los 4.500 metros ninguna cumbre lo es”, asegura Amando. Además, hay que contar con otros factores externos, como el tiempo, que puede ser desfavorable y complicar las cosas, como les ocurrió a ellos.

Pasada la hora y media de empezar a subir el trayecto más empinado, se levantó un viento muy fuerte que rondaba casi los cien kilómetros por hora con una sensación térmica de 30 grados bajo cero. Y aunque iban equipados con ropa y calzado especiales, tenían los pies congelados y los guantes llenos de hielo, “por eso sentíamos un dolor muy fuerte en las manos”, recuerda Héctor. El intenso frío también provocó que se les congelara el agua que llevaban. Hubo un momento de gran desespero, porque las condiciones meteorológicas tumbaban a muchas de las expediciones que iban con ellos. El temor de que algún compañero se quedara atrás era grande, por eso cuando lo veían aparecer se emocionaban. La falta de coordinación les impedía avanzar. “La cabeza nos decía sí, pero al cuerpo le era imposible y tampoco podíamos detenernos porque nos congelábamos”, apunta Isaac.

Llanto en la cima

Cuando faltaban unos 400 metros descubrieron una luz muy tenue arriba que les demostraba que había gente delante suyo y que la cima estaba próxima. Dicen que sacaron fuerzas de donde no tenían y pensaron en la familia y en los amigos para poder seguir adelante. Cuando llegaron, no podían parar de abrazarse y de llorar de la emoción y fue ahí cuando se convencieron de que tanto esfuerzo había valido la pena.

Pero estos cuatro jóvenes subrayan que no solo vieron una montaña sino también una cultura que los ha hecho reflexionar, en la que niños de 4 años trabajan como adultos, sin acceso a la educación y “que se cuelgan de la vestimenta de los turistas para venderles una pulsera”. Imágenes que no se olvidan y que hacen tomar conciencia de la importancia de valorar lo que se tiene “en lugar de enarbolar la queja como bandera”.

Pese a la gran pobreza, son muy felices y ese es el ejemplo con el que se quedan. Es el pensamiento pole-pole de los naturales de la zona, que significa “despacio-despacio” y que lo aplican para todo. Algo así “como que la vida es larga y bonita y vamos a disfrutarla”, resume Héctor.