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Laberintos > María Montero

Hace siglos, el ateniense Dédalo construyó un laberinto en Creta para esconder al Minotauro. Él y su hijo Ícaro sobrevolaron los muros del laberinto con unas alas construidas por ellos mismos. Tiempo después, Teseo decidió dar muerte al Minotauro para poner fin a un sacrificio periódico de atenienses y así liberarlos de aquella tiranía. Pero, si conseguía dar caza a aquel toro blanco, ¿cómo saldría después del laberinto? Entonces, la bella Ariadna, enamorada de Teseo, conoció el secreto de Dédalo y supo la salida del laberinto. Y ella obsequió a Teseo con un ovillo, del que iría desenrollando un hilo al entrar y al seguir avanzando por el laberinto y, a través del cual, encontraría la salida al cumplir su misión: liberar a los hombres y doncellas de Atenas… Sucedió siglos atrás, leyenda o realidad, sin embargo hoy en día siguen existiendo los laberintos y los minotauros que sacrifican a la población. Recibimos continuamente impresiones, por la vía de las informaciones públicas, acerca de que nos encontramos navegando en mitad de un laberinto y, aunque muchos afirman ser como Teseo, lo cierto es que nadie garantiza una salida, pues para ello necesitan los mapas completos del laberinto. Hay que conocer bien al diseñador de las murallas y su trazado, y suponiendo que el creador o creadores de semejante entramado social y mundial en el que nos hallamos inmersos quieran mostrarnos sus mapas, además de querer conocer la salida, hay un motivo, o una prueba final, para salir de esta encrucijada: la cita con nuestro minotauro particular. Podemos ser como Teseo, o encarnar la sabiduría de Ariadna, que no sólo conoció la puerta sino que encontró la manera de cruzarla, y no lo hizo por ella, sino por amor, por amor al hombre al que amaba. El tomó una espada legendaria, resolvió y zanjó el laberinto. Ella estaba al otro lado esperándole. Todos buscamos una salida, y seamos Teseo o Ariadna nos sentimos sin descanso, expectantes y sabios, o perdidos. También hay sistemas que funcionan como auténticos minotauros, acechándonos cada día en lo político, económico o fiscal; laberintos construidos y llenos de trampas, que nos empujan a escribir esta mitología humana del siglo XXI. Cuando uno empieza un camino cree que va a encontrar una respuesta, y cuando crees estar cerca, descubres que había más espacios, y ya ni queremos pensar en laberintos humanos sin salida. Si alguien ha diseñado un espacio sin salida para nadie, si conoce este secreto sin revelarlo, antes o después los humanos le devolveremos su trampa inhumana y estos mismos creadores se encontrarán con su propio minotauro: la puerta de las no soluciones. Se inventaron conflictos sin raíces, procesos sin conclusiones y laberintos sin salida. Que lo asuman de una vez, antes de que sea demasiado tarde. Ya no hay héroes como Hércules, y si los hay, que nos ayuden a cruzar este espinoso camino, este viaje de la sombra para encontrar la luz a nuestro miedo. Hay viajes como el de Spanair, que sufragó varios laberintos, pero el último, el del egoísmo bursátil y su deuda de cientos de vidas, lo deshizo en mares de lágrimas humanas. Lo que Spanair no dice es si creía en su salida. Y de palacios vive la Administración pública, con miles de expedientes de familias ahogadas en su búsqueda infructuosa. Lo que los políticos no cuentan es si los millones de parados cruzarán el umbral y se liberarán de esta trama económica europea. Y si aún persisten laberintos sin ser extintos. El hilo de Ariadna nos prohíbe firmar más fútiles facturas y nos confiere el valor de Teseo y la verdadera salida: un amor con alas y con raíces.

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