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Las formas perdidas > Jorge Bethencourt

La moral, en cuanto abandona las fronteras de uno mismo, se vuelve impertinente. Sobre todo cuando nuestros juicios de valor pretenden afectar o valorar comportamientos o actitudes de los demás. Hace años escuché un bienintencionado discurso de un amigo sobre la indignidad que suponía, a sus ojos, el trabajo de un limpiabotas. “Es humillante ver cómo un tipo se sienta mientras el otro se agacha a limpiarle los zapatos”, decía. Un día se lo comenté al limpiador de zapatos. No me mandó a tomar por salva sea la parte por un pelo, pero concluyó: “Dígale a ese señor amigo suyo que se ocupe de su dignidad, que de la mía me ocupo yo”.

Esta sociedad es, en casi todo, mejor que la de hace treinta o cincuenta años. Las nuevas generaciones tenemos más información, más recursos y una visión más amplia del mundo. Pero formalmente hablando, llegados a una cierta edad melancólica, aquí todo el mundo es un telepredicador que sabe de todo y da consejos e instrucciones a todo el mundo.

Nadie se escucha más que a sí mismo. Nadie respeta ni a los mayores ni al resto del planeta. Tengo por muy seguro que un ilustrado del siglo XVIII en Tenerife, que leía en castellano, francés, inglés, latín y griego, tenía a su disposición menos medios de información que yo, pero poseía una visión del mundo mucho más fundada que la mía. Y era, por supuesto, mucho más culto.

Cuentan que, además del curioso comportamiento del capitán, en la evacuación del Costa Concordia algunos pasajeros se pasaron por el forro las instrucciones de la tripulación, interesados en salvar su propio pellejo (sin ir tan lejos, a los ancianos ya nadie les cede el sitio en la guagua o el tranvía). Normal. Lo de “las mujeres y los niños primero” podría ser considerado apología del machismo.

La sociedad es un pacto de convivencia basado en reglas, pero también en formas. Y es un hecho que hemos perdido esas formas -no los jóvenes, nosotros- que antes definían usos y costumbres que se transmitían de generación en generación. Insultar no es gracioso, porque es la negación del debate de las ideas. Pero es lo que hacemos hoy, todos los días y a todas horas. Es lo que nos enseñan los nuevos ilustrados, una caterva de mediocres que dicen ser los conductores del interés general cuando sólo han sido capaces de conducir el suyo.

Twitter@JLBethencourt