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Malas noticias que parecen buenas > José Luis Rivero

La imposibilidad manifiesta de los gobiernos de la Unión Europea de sentar las bases de la recuperación económica resolviendo el verdadero problema que originó la crisis está haciendo que se instrumenten falsas salidas. Una de ellas son los compromisos relativos al déficit público y otra es la reforma laboral. Mal asunto por dos razones: porque no se sabe, o no se quiere, adoptar políticas para generar crédito; porque, ante tal imposibilidad, se busca ayudar a las empresas reduciendo su dimensión.

La vida, y la historia, es imprevisible y caótica, lo sabemos, pero estamos acostumbrados a elaborar relatos para explicarla. Uno de estos relatos podría decirnos que los gobiernos han estado probando suerte para resolver los problemas del sistema financiero. Durante casi cinco años no lo han conseguido. Así que, convencidos de que es un objetivo imposible, han tirado por el camino de en medio, esto es, ahora tratan de reducir la dimensión de la empresa. Reduciendo la demanda de bienes consumo e inversión; favoreciendo el despido y comprando capacidad para trabajar más barato. A su forma, en todos los países de la Unión Europea está ocurriendo lo mismo. Si no estuviéramos convencidos de que no hay nadie tan listo y con tanto poder para conducir de forma tan coherente la historia, éste sería un relato plenamente aceptable.

La reforma, más allá del objetivo de echarle una mano a las empresas a corto plazo, es incongruente con cualquier objetivo que sea aceptable económicamente. Aunque parezca lo contrario, la reforma se volverá en contra de la economía española por varias razones.

La primera razón es que la reforma laboral produce más despidos a corto plazo porque los incentiva. Es verdad que hay empresas que tienen caídas de la demanda cierta y que sus perspectivas no son mejores para los próximos meses. Estas empresas cuando se encuentran en mercados competitivos no pueden mantener sus plantillas. Si tienen contratos temporales, el primer ajuste probablemente ya lo han hecho a la finalización de aquéllos. Si tienen contratos por tiempo indefinido, aprovecharán los costes más bajos de despido utilizando las nuevas posibilidades que da la reforma en relación con las causas económicas. Esto les permitirá mejorar el coste del ajuste. Planteado en estos términos, nada que objetar.

Ahora bien, había otras vías y han quedado desincentivadas. Mucho se ha hablado de las políticas de reparto del trabajo en los últimos años. Existía consenso, se creía, en que la vía de reforma era la flexiseguridad, como camino que garantizaba, al menos relativamente, el reparto de las horas de trabajo, la formación, el desempleo y el mantenimiento relativo de las rentas. No sabemos dónde quedaron los contratos “austríacos” y “alemanes” y, sobre todo, no se exploraron las posibilidades de éstas o de otras fórmulas, en nuestra opinión más interesantes.

Se ha optado por un camino fácil y seguro para echarle una mano a las empresas. El problema es que el camino conduce a ninguna parte porque el despido que alivia el coste de adaptación de una empresa a las circunstancias del mercado conduce a la reducción de la demanda de muchas otras, debido a que el desempleado adopta decisiones de extrema prudencia respecto del consumo, cuando no decisiones para garantizar mínimos de consumo si la prestación por desempleo ha terminado. Esto es, la demanda de la economía en su conjunto se debilita.

Tampoco la reducción de los costes laborales por la vía de los salarios tiene sentido a corto plazo. La política de recuperar competitividad vía reducción de los costes salariales no es, como se afirma, de efectos equivalentes a los de una devaluación. Ni mucho menos. Cierto es que incrementa la competitividad vía precios de las exportaciones, pero a costa de reducir los salarios en toda la economía, esto es, también en el mercado interior. Mal negocio porque los costes salariales de cada empresa son los ingresos de todas las empresas del mercado interior a través del consumo. En un contexto de alto desempleo, pudiera darse el caso de que, si la oferta de crédito mejorase, la demanda de crédito de las familias no fuera solvente y, por tanto, la demanda de las empresas seguiría racionada, aunque desaparecieran las causas que motivaron la crisis financiera.

Más allá de esto, intentar competir con los países emergentes a través de bajos salarios es inútil, salvo que redujéramos los salarios por debajo de los de ellos, pero entonces tendríamos un problema de demanda interna.
Decir que para crear empleo hay que reducir los salarios es además una tautología. Si me permiten la exageración para entendernos, a salarios cero, pleno empleo.

¿No hubiera sido mejor mantener un esquema de contención salarial moderada como se ha hecho en tantas ocasiones en España a través del diálogo social?

Pero si a corto plazo la reforma tiene alguna justificación, como es ayudar a las empresas con dificultades, a largo plazo conduce justo a los antípodas de lo que venimos persiguiendo desde hace décadas en la economía española. Habíamos quedado, creo, en que había que conducir la economía (cambiar el modelo productivo, decían) hacia la generación de mayor valor añadido y productividad, incrementando el conocimiento aplicado a la producción y distribución de bienes y servicios.

Naturalmente esto sólo es posible con empresas más intensivas en capital (tecnología) y fuerza de trabajo con mayor acumulación previa y constante de capital humano. El problema es que a largo plazo el capital y el trabajo pueden ser sustitutivos y complementarios. La mayor intensidad en capital en el límite de la innovación, que es complementario de la fuerza de trabajo más experimentada y con alto nivel de inversión en capital humano, tiene un alto grado de sustitución por trabajo barato. Siempre se utiliza con más intensidad el factor productivo relativamente más barato; así que si abaratamos el trabajo, utilizaremos menos intensidad de capital que, a su vez, es complementario de trabajo de menor capital humano acumulado. Esto es justo lo contrario de lo que pretendíamos.

Así las cosas, la recuperación económica sólo es posible mediante el crecimiento de actividades económicas basadas en trabajo barato y tecnología acorde. Se puede pensar que esto al fin es una forma de incrementar el empleo, aunque fuera mal empleo, pero tampoco, porque la restricción de la demanda de las empresas seguiría operando.

En fin, como se decía en los años noventa de un dirigente palestino, nunca perdemos la oportunidad de perder una oportunidad. Lo dicho, malas noticias que parecen, para algunos, buenas, por aquello de vivir el momento.

*Catedrático de Economía Aplicada en la Universidad de La Laguna