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Mares petrificados > Carmelo Rivero

Los mares petrificados, última entrega del realizador Miguel G. Morales, con guión de Leoncio González, recupera la figura de Domingo López Torres, el autor clandestino de Lo imprevisto en la sórdida cárcel de Fyffes y de Diario de un sol de verano, al que Pedro Guerra musica mimetizándose en los versos, que no son versos ahogados, del poeta que acabó en el fondo del mar. Aquí DLT emerge a la superficie con el pecio de su breve literatura. Lo mataron en la guerra antes de cumplir 30 años: enfundado en un saco, lo hundieron en el litoral de Santa Cruz. El documental lo rescata del olvido en el Guimerá la misma noche que fue ajusticiado hace 75 años. Es un poeta precoz y un “surrealista furibundo”, como lo definía Pérez Minik (su antólogo indignado por la suerte del compañero de fatigas de Gaceta de Arte), quizá el que más congenió con Breton en Tenerife y que se inmolaba si hacía falta “por el éxito” de sus ideas, que eran socialistas. A DLT se le conoce poco, pero tanto el hispanista C.B.Morris como el también poeta Andrés Sánchez Robayna no lo han dejado morir en el mundo de las letras. Producto de la casualidad, García Morales, ‘poseído’ por el espíritu de la generación más audaz de la cultura canaria desde su película Aislados, tenía las fuentes a mano: la hija de la novia del poeta y un sobrino, vecinos del cineasta, le aportaron las ‘pruebas’ sin salir de su calle. Durante un semestre de 2003 moderé un ciclo sobre Gaceta de Arte en CajaCanarias, y una tarde se presentó Luchi Pérez Reyes, hija de Maruca, la prometida del poeta, que pasea con él por Santa Cruz, con la pereza de las fotos viejas, sin poder adivinar el drama que el destino les tenía reservado. En una cajita de bombones las dos mujeres conservaron durante setenta años los recuerdos y manuscritos. García Morales (entonces le picó la curiosidad) y Leoncio González, con los que me alié en Punto de Vista, en la aventura iniciática de la TVC, dibujan una película necesaria, que no se agota en sí misma: deshecho el letargo, se sugieren nuevas aproximaciones al personaje, como el desgraciado episodio de la barca, al que sobrevive López Torres, pero no dos de sus grandes amigos cazadores de estrellas marinas, J.A.Rojas y J.A.de la Rosa, el accidente que aquella vez nos desveló en la Caja el ponente José Luis Rivero. Cine testamentario el de García Morales (Dámaso, Aldecoa, María Rosa Alonso, Juan Ismael), siempre revelador. Ahora, el perseverante biógrafo cultural indaga en uno de mis faros favoritos, César Manrique, epónimo de la segunda mitad del siglo XX canario, que fue -él lo pudo decir- profeta en su tierra.