Ahora opositas. Ahora no. Ahora con estos temas. Ahora con estos otros. Ahora sacamos plazas. Ahora las guardamos otra vez. Aspirar a ser docente en España es bailar un minué interminable de notas cansinas, que no suenan a do-re-mi, sino a ja-ja-ja.
Que a los maestros en este país se les perdió el respeto hace mucho es un hecho, y ahí están las estadísticas de agresiones verbales y físicas de alumnos y padres para acreditarlo. En este contexto, no resulta tan inaudito que el propio Gobierno se vacile de los que quieren ser profesores cambiándoles los temarios cuando ya llevan seis meses preparándose los exámenes.
El súbito cambio se sostiene en la intención de “atraer a los mejores docentes”, una forma cortés de sugerir que los que ya están en activo son una manga de inútiles. Qué chiquillo, este ministro, José Ignacio Wert, quien añadió que estaría dando saltos de alegría si fuera opositor. Claro que también citó un inexistente manual de Educación para la Ciudadanía para justificar su supresión, exhibiendo un nivel de rigor que confunde más que la noche a un playboy cubano.
Estudiando con temarios de una época en la que Internet no existía y el acoso escolar era visto como un alegre intercambio de collejas e insultos que preparaba a los niños para la jerarquización del mundo adulto, como para no estar dando brincos. Seguro que más de un opositor está saltando tan alto que la cabeza se le está golpeando contra el techo. Total, aquello de “en la cabeza no, que estoy estudiando” dentro de poco ya va a perder vigencia.